Trae este Diario los viernes una doble página que reta a los lectores: en medio de un dibujo abigarrado, lleno de los personajes más disímiles en las actitudes más dispares, hay que encontrar a Javier, un mocetón despreocupado, informal y desparpajado que, camuflado tras sus gafas negras, ejerce los más insólitos menesteres.

Encontrar a Javier resulta una tarea ímproba, en que la paciencia se conjuga con la concentración y una vista aguzada, todo lo cual convierte al pasatiempo en un desafío apasionante.

Tal parecería que el Javier de la ficción saltó a la realidad y, saliéndose del dibujo, encarnó a otro personaje que, por igual, nos obliga a buscarlo dentro de su propio laberinto para saber dónde está y, sobre todo, qué hace, bajo qué camuflaje está escondido, qué nueva personalidad ha asumido, qué nueva acción ejecuta con singular denuedo.

Una doble página en que tengamos que encontrar a Lucio constituiría un reto que nos obligaría a poner en alerta todos nuestros sentidos, aunque corramos el riesgo de que –a diferencia de Javier– terminemos fracasando en el intento.

Porque, al contrario de Javier, que unas veces puede hacer de taxista y otras de heladero, polizón o policía, expendedor de dulces o limpiador de ventanas, a Lucio deberíamos encontrarlo como jefe de Estado. Pero no. También él está fungiendo de camionero o de taxista, repartidor de caramelos, pastor evangélico, gran maestro masón, hijo devoto de la Virgen del Quinche, insultador de esquina, animador de tarima, bailarín, trotador, viajero impenitente, jinete, incendiario, bombero, juez, verdugo, mago y monja de la caridad, entre otros mil oficios que asume al vaivén de las circunstancias.

¿Dónde está Lucio? Su don de ubicuidad es tal, que hallarlo resulta una proeza imposible. Porque, curiosamente, está situado justo en el lugar donde nadie espera que él esté.

Eso es, precisamente, lo que tiene a todos confundidos, absortos: ¿Qué hace haciendo lo que no debe? ¿Qué, ocupando una posición que no le corresponde? ¿Qué, pretendiendo copar unos espacios que no son los suyos? ¿Qué, pregonando falacias o presentando como ciertas realidades ficticias?

Si, ingenuamente, se lo busca como presidente de un país que necesita directrices claras, rumbos, lineamientos, él anda por ahí revestido de jefe de campaña de un partido moribundo, ejerciendo su rol de prestidigitador y saltimbanqui, trapecista, domador, funambulista y payaso, en medio de una función circense que acabó en un fracaso estrepitoso.

Ahora el juego entra en una segunda etapa: Lucio comenzará a buscar a Lucio. Ojalá lo encuentre a lo largo de los dos años siguientes que tiene como plazo.