El 31 de agosto de este año, EL UNIVERSO dio cuenta del reciente anuncio, en un diario italiano, de un hombre de 80 años de ese país que decía: “Anciano, autosuficiente, ex profesor, aportaría quinientos euros mensuales a una familia que le adoptase como abuelo. Se beneficiarían sobre todo hijos y nietos”.
La noticia suscita varios sentimientos. Congoja, porque se trata de un mal que atormenta a millones de personas, por haber perdido a sus seres queridos o, lo que es peor, por no haberlos tenido nunca. Como aquella viejecita que todas las noches se aposta al frente de un parque para vender flores y que podría ser nuestra madre. Mas, conversando con ella, también otro sentimiento surge, porque se queja del abandono de sus propios hijos. Queja que se repite en los asilos de ancianos, que deben ser un mar de llanto seco.
Es el sentimiento que debió brotar en Francia e Italia el año pasado, cuando miles de longevos fallecieron por la ola de calor que azotó Europa, preteridos por sus familias que salieron de vacaciones.
La misma reacción que millones de ecuatorianos tuvimos cuando, hace poco tiempo, unos valerosos ancianos lucharon denodadamente para que se les aumentara sus pensiones de jubilación, declarándose inclusive en huelgas de hambre. Solo después de que murieron algunos de ellos, de que se quebrantó la salud de los huelguistas, que virtualmente la sociedad entera se volcó en su apoyo, los poderes públicos cedieron, porque parece que la justicia aquí y allá se logra así.
Hace años en un diario de este país, en tiempos de modernización de las gasolineras, debajo de la foto de un anciano lleno de arrugas, un anuncio publicitario escupía en la cara de él y de otros diciendo: “Si su gasolinera se ve así, ya es tiempo de que se vea de otro modo”.
También aquí, a regañadientes les permiten a los viejos ejercer los derechos que les concede la Ley del Anciano, ya sea en el transporte o espectáculos públicos. Y un lector de este diario se quejaba recientemente de que no dan trabajo fácilmente a los que tienen más de 40 años, renegando de la experiencia.
Pero como en un cuento de hadas, al viejito italiano de nuestra historia le fue bien. Decenas de personas le escribieron para adoptarlo. Respuesta que en cualquier parte del mundo pudo ocurrir, porque la reserva de solidaridad de los seres humanos es insondable, que derrota al egoísmo y a la crueldad, particularmente cuando la conciencia es sacudida.
Es lo que sucedió con nuestros jubilados, que recibieron el respaldo de muchísimos ciudadanos, expresando públicamente tal respaldo, visitándolos en los lugares donde se declararon en huelga de hambre, llevándoles alimentos, frazadas, amor.
Y en Gran Bretaña, más de un millón de niños y adolescentes cuidan a familiares adultos con problemas de salud, incapaces de desenvolverse por sí mismos.
Esta marginación y amparo que paradójicamente tienen los ancianos, sucede con otros sectores débiles de la colectividad, aplastados por el poder y reivindicados por gente que a veces se juega por su prójimo.