Cada mañana prendo la computadora. Están aquí los lectores. Hubo una época en que contestaba todos los mensajes, hasta que la tarea se volvió imposible. Intento mandar un par de frases, pues cada correo electrónico merece gratitud. Sin embargo, aparecen frases densas, importantes. A toda luz dicen más que mis propios artículos. Asimilo, aprendo, me siento maravillado. Una adolescente, cuyo nombre me reservo, redactó, a raíz de una nota mía, unas líneas de vital importancia. Nosotros los adultos tenemos hijos, hijas, nietos, cuya personalidad va más allá de nuestra comprensión. Lean aquella carta de una jovencita. Me llegó el 22 de julio a las 11h00.

“¡Quiero ser libre!... ser yo misma sin que nadie me mire mal, sin tener que ocultar mis tatuajes, mis aretes, mis contradicciones, mi clavito de plata en el ombligo, sin disfrazar mis lágrimas. Quiero vivir la vida sin depender del maldito dinero, que las críticas se estrellen junto a mi pecho, mas no ingresen a mi corazón. Quiero hacer lo que me guste sin pedir permiso a las personas, siempre que no lastime a nadie. Quiero tener una familia grande, alguien que ame la esencia de mi ser, me haga sentir que soy lo mejor de mí misma. Quiero amar, pues me estoy dando por vencida; quiero darme al prójimo sin buscar cielos ni evitar infiernos. Ya no quiero que me condenen sin tratar de comprenderme. ¿Qué es ser católico? Quiero acudir al templo sin que se me obligue a ir a misa con toda la familia. Quiero sentirme a solas con el Dios de los altares. Quiero llorar sin que nadie me haga preguntas, reír sin tener que dar explicaciones.

“Quiero tener un perro que me reciba con su movimiento de rabo, que no le reten cuando ensucie la alfombra; quiero amigos, quiero una niña para llamarla Sofía, rescatar en ella todo lo que la vida me quitó. Quiero ser más inteligente, tener a alguien que me llame en el celular, alguien para esperarlo, alguien que me quiera por lo que soy, no por la ropa que llevo, las cosas que poseo. Quiero ternura, no esta pasión intensa que solo la mala vida me pudo ofrecer. Quiero soñar sin ayuda, dormir sin pesadillas, despertar sin rencores, vivir sin amargura, que hallen mi corazón más allá de mis pechos.
Quiero tener un guía, un psicólogo, una religión que no sea membrete sino forma de vivir, algo que me permita verme por dentro sin avergonzarme. Rechazo la vida falsa, la que no sea mía. Odio sentirme sola, desorientada en mi habitación después de farrear la noche entera. Quiero comprender mi cuerpo, tener con él un trato razonable. No quiero sentirme culpable de pecados que me atribuyen y nunca cometí. Si rompo a llorar, deseo que respeten mi silencio. No encuentro todavía las palabras para explicar a los demás que vivo entre encrucijadas. Solo quiero que me amen sin preguntar, sin intentar localizarme a toda hora. Quiero mi identidad”.

Está todo dicho, Paola. ¡Ojalá nos lean aquellos padres que no se plantean tus esenciales inquietudes!