Niños y adolescentes juegan a diario en las calles del Suburbio.

Veinte muñecos de acero, se enfrentan en un reñido encuentro de fútbol en el cual no hay barras bravas, ni árbitro, peor jueces de líneas y donde el público no paga por ver.

El escenario, la esquina de las calles Maldonado y la 35. “Tres goles y el que pierde paga la mesa (10 centavos, el alquiler)”, dice Javier Rodríguez, quien con 12 años se considera el mejor jugador de su barrio para el futbolín.

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Esta actividad que tuvo en la década de los 80 mucha aceptación, como lo recuerda Ronald Herrera, encargado de un popular carrusel (juegos mecánicos), va perdiendo tradición en Guayaquil por muchos problemas que encuentran los dueños de los pintorescos futbolines para obtener permisos de funcionamiento.

Pero los niños no entienden aún de estas situaciones y buscan afanosamente desde las 19h00, que las oxidadas planchas de zinc y el plástico de color negro y agujereado sean retirados de los seis estadios de miniatura, para rememorar encuentros entre Barcelona y El Nacional; clásicos del astillero, eliminatorias entre Ecuador y Perú, y un Brasil contra Argentina.

El saque inicial se da con un sorteo (el tradicional pares o nones). Se golpea la pelota sobre el centro de la mesa para que sea lanzada, por el que gane el rebote, a la cancha. Un arquero, tres defensas e igual número de volantes y delanteros. La precisión para rematar es importante, no puedes estar mucho tiempo con la pelota. El desnivel del campo te obliga a ser rápido.

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Las manos del arquero no existen, sus pies evitan los goles, o el veloz movimiento de la manigueta con el que se le da dirección al jugador.

“Aquí se quedan hasta las 11 (23h00). Los chicos son viciosos, por la tarde juegan pelota en la calle, por la noche al futbolín”, comenta José Benavides Villalba, quien se acerca para enseñar sus cualidades a los pequeños Javier Máximo, Javier Rodríguez, José Fernando Quizo y Óscar Prado.

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“Hay señores que nos dejan pagada la mesa y jugamos cuando no tenemos plata”, asegura Máximo, de 14.

En el futbolín la única regla es girar con velocidad las muñecas de las manos, para darle dirección a la figura de acero. Los arcos no tienen mallas, solo son huecos oscuros por donde cae la pelota.

Son los niños del suburbio los que mantienen viva una tradición que está ligada con   el fútbol.