El carácter personalizado de la polémica en torno a la gestión cultural del Banco Central nubla el sistema de relaciones imperantes en el escenario cultural caracterizado por nuevas formas de articulación entre el Estado, la institución y la demanda social, así como por el surgimiento de nuevos actores y mediaciones.

Mientras esta complejidad no se asuma como principio en la elaboración de políticas culturales (lo que no se ha hecho), la gestión cultural del Banco Central seguirá siendo un flujo de dificultades invencibles e intervenciones fallidas.

Para entender por qué se ha llegado a tal situación es oportuno revisar el comportamiento de las dos entidades culturales que dominaron el contexto nacional la segunda mitad del siglo anterior: la Casa de la Cultura y los programas culturales del Banco Central.

En el primer caso nos encontramos con un proyecto de constitución de una cultura nacional-popular fundada en la teoría de la pequeña nación (Benjamín Carrión) que pretendía suplir las debilidades económicas y sociales con una agresiva intervención en el terreno cultural. De otro lado, el Banco Central, institución rectora de los procesos económicos y financieros, explicaba su incursión en el terreno cultural a partir de la necesidad de conocer nuestro pasado para poder ejecutar proyecciones certeras hacia el futuro. Se buscó establecer mecanismos de identificación del hombre actual del Ecuador con sus antepasados.

Lo que subyace en tales proyectos es la idea de progreso de la nación y la posibilidad de establecer líneas de identificación entre lo que el Estado requiere, la institución ejecuta y el público consume. Se construye así un escenario caracterizado por una unicidad discursiva de alto contenido social, antiimperialista, solidaria.

Ante la ineficacia en la adecuación de la intervención del Banco Central en la realidad cultural, y la miopía en la percepción de la amplitud de los espacios de intercambio social, los últimos 5 años de su gestión han sido objeto de intensas pugnas por el manejo del poder simbólico. Los señalamientos de las insuficiencias conceptuales y metodológicas del proyecto Umbrales pondrán en evidencia el nuevo sistema de relaciones.

En efecto, la presencia de actores provenientes de esferas no vinculadas a la cultura artística dan cuenta de una eclosión del espacio cultural. La preocupación en torno a la inclusión/exclusión de determinados referentes regionales pone en evidencia la intolerancia de la institución ante lo diferente y la instauración de un discurso segregacional. La presencia de los medios de comunicación como mediadores “neutrales” revelan los niveles de conflictividad alcanzados, así como de espacios alternativos de discusión como el Archivo Histórico, el Salón de Crítica Humberto Moré y el Congreso Nacional de Historia que fueron decisivos en la sentencia condenatoria con la que fue sancionado el proyecto. La intervención del Comité de Defensa de los Derechos Humanos es el colofón en los niveles de violencia ejercidos por la institución a los que no plegaron al discurso dominante.

Los programas culturales del Banco Central tocaron fondo. Tiene razón Mariela García cuando dice que su tarea es histórica: la reactivación de la gestión cultural solo podrá darse a partir de la implementación de políticas inclusivas que procuren la construcción de identidades parciales; el reconocimiento del carácter público de los bienes culturales que alberga el Banco Central y el derecho del ciudadano a decidir sobre esos bienes; el empleo de los medios de comunicación como recurso de regulación de conflictos; y la redefinición de las relaciones de discrepancia y oposición a través de la inclusión de los espacios de debate académico que ya se han hecho visibles.