El aeropuerto estaba llenito de emigrantes, y dos hombres cargaditos de pena se encontraron en la ruta de regreso a la patria que los había adoptado; después de los abrazos sonoros, se pusieron a hablar de la tierra que los vio nacer.

¿Cómo ve la cosa, compadre, cree que podremos regresar pronto?  No creo, contestó el más joven,  al parecer el presidente se va quedando sin socios.

Primero, se quedó sin bases; luego quiso apoyarse en la clase media, jurando encarcelar a los corruptos que secuestraron las finanzas y no lo cumplió; y, por último, sus parientes han desafiado a los “nuevos ricos”. El otro, haciendo ruido sorbía su café de prisa, para decir:  No le entiendo nadita, don Pedro, usted siempre con  palabras complicadas.

Pedro, lleno de paciencia, se acomodó para explicarle otra vez. Mire, don Eulolio, la cosa, dicha de manera sencilla, es así: En nuestro país, hasta que no salga a la luz pública quién realmente maneja los asuntos importantes no sabremos qué futuro tendremos, ni por quién votar después. Porque, por ejemplo, si algo pasa en las cortes –me refiero a algo que no esté bien– los responsables aparentes serán los principales de los juzgados, pero nadie sabrá si recibieron órdenes o los chantajearon. O, por ejemplo, si se hacen negocios en las comunicaciones o con el petróleo y dejan fuera a los que realmente manejan todo, estos, llenos de rabia, se vengarán y “zasss” a poner a correr a todo mundo. En definitiva, nunca sabremos quiénes son los perversos. Creo que ni el  “presi” lo sabe, y por ello es que curándose en salud, limpia sus armas en el balcón, para recordar públicamente que quien está legalmente armado es él.

La verdad no entiendo mucho, compadre, pero fregados seguimos, dijo Eulolio; y se levantó por más café. Al volver, agregó:  Entonces, seguiremos lejos de nuestra familia. Así parece, respondió su compatriota, ojos que no ven, corazón que  no siente. Me ha recordado a mi abuela con ese refrán, dijo Eulolio,  la vieja siempre afirmó que algún día, cuando la plata  no alcance, entre los mismos ricos van a matarse.

Su abuela tenía  razón, dijo Pedro,  y eso pasa en nuestro país; ¿vio que entendió? Solo que en esa matanza –añadió– usan máscaras y hacen que otros hagan el trabajo sucio. Entre gallos y medianoche traicionan por reales y hasta pueden planear bajar al presidente, pero de día –y no se asombre–, se rasgan las vestiduras por la democracia.

La voz del comentarista los sacó del tema, el marcador le dio el triunfo a Argentina sobre Ecuador. Qué pena,  país, tan grande y quedó tan pobre. ¿De qué país habla, don Eulolio?  De Argentina, ¡claro! Yo pensé que se refería al Ecuador.  No pues, don Pedro, ni que el   Ecuador estuviera  lleno de ciegos como para no darse cuenta quién se está llevando la plata en frente de sus narices. Quién sabe, contestó Pedro, la hipocresía y la doble moral tienen tantos matices, se han sofisticado tanto,  que casi nadie se salva...