Durante siglos fue rueda de emergencia a la que descubrimos cuando no se podía prescindir de ella. Fue la que suena los mocos del último vástago, la que dice sí,  se ríe al escuchar por milésima vez los chistes del marido,  se calla si no le piden opinión, tiene el punto de vista de su pareja, trátese de cine,  política,  arte, lo que sea. Maltratada, motivo de burla, era la que no sabe manejar, no entiende de asuntos serios (cosas de hombres), es fiel hasta la muerte pero comprensiva frente a los deslices masculinos, disponible a cualquier hora del día, de la noche, protagonista sexual sin iniciativa propia, maestra en quehaceres domésticos ya que el hombre no puede rebajarse a faenas hogareñas. Se suponía que el marido manejaba el auto, el presupuesto,  hasta el cuerpo de ella. Pasiva, sumisa, pensó durante siglos que ese era su destino.

De pronto despertó, descubrió sus  virtudes ocultas, sus talentos olvidados, su intuición, su pasión por los detalles, su deseo de ser reconocida, comprendida, amada en igualdad de condiciones. Quiso compartir, no  someterse. Asumió opiniones, no consideró justo que el hombre tuviese una profesión mientras ella  añadía  cargos de cocinera, ama de llaves, niñera, contadora, enfermera, esposa intachable, amante dócil, madre abnegada. El todopoderoso marido escanciaba tragos, reclamaba con altivez los bocaditos. A la hora del bufé, ella hacía cola, traía a su amo  el plato repleto de manjares, volvía a la mesa para servirse. Aquella era está llegando a su fin. El hombre, como caballero, toma puesto en la fila, no necesita de una esclava que le traiga  comida a domicilio. Es posible que el amor lo impulse, un día cualquiera, a llevar el desayuno a su cónyuge sin sentirse humillado en su vanidad de macho. Aprende a cocinar, sigue cursos especializados, empieza con la parrillada: le parece que es un asunto de hombres.

La mujer que se nos viene no será Miss Busto,  Miss Caderas sino Miss Inteligencia con afectividad propia. No será  hembra domada sino  mujer mágica escogiendo destino. Será  compañera, consejera,  compartirá penas, tristezas, glorias, joderá si es necesario. Asumirá su cuota de trabajo en el hogar, contará con la ayuda del hombre  dispuesto a  colaborar. Cocinarán juntos. El padre tendrá un contacto real con el recién nacido. Estará presente cuando la madre dé a luz, recibirá en sus brazos a la criatura de carita hinchada, descubrirá el real orgullo paterno, no se sentirá avergonzado al dar biberón,  cambiar pañales. Sabrá que el amor es detalle, atención, tarea compartida. Él y ella hablarán el mismo idioma, tendrán  comunicación verdadera; se acabará el monólogo masculino con aprobación incluida. No  más esclavas atadas al hogar. No más obligación de pedir permiso para salir de  casa, reportarse como carro bajo control satelital. No más Hunter para mujeres. Florecerá el amor como nunca porque llegarán por fin a formar, él y ella, un solo ser en dos cuerpos diferentes. La curiosidad mutua les permitirá reinventarse con pasión. Recordarán a Paul Eluard: “Aun cuando dormimos, nos cuidamos el uno al otro”.