El juego es perverso: a un paro sigue la negativa del Gobierno a negociar mientras no se lo deponga.

Cuando la cuestión resulta insostenible, el Ejecutivo termina por ceder a todas las demandas y ofrece asignar los fondos requeridos.

El próximo paso es la proclamación de que en el arreglo no hubo vencedores ni vencidos y el juramento de que las cosas mejorarán en el futuro, una vez que las partidas han sido reacomodadas y el dinero ha comenzado a fluir como agua de manantial. Abrazos. Besos. Sonrisas. Fotos y titulares que anuncian que, por fin, el paro ha concluido.

Así, hasta la hora en que los dirigentes del mismo sector anuncian un nuevo paro en que demandan al Gobierno el cumplimiento de sus ofertas, a lo que sigue el anuncio del Ministro de Economía de que los fondos ya fueron asignados.

Se abre la nueva ronda de paralizaciones, demandas y juramentos, que terminan en lo mismo: no hay vencedores ni vencidos.

Y así, hasta el infinito.

Es un juego perverso de tira y afloja, en que los vencidos resultan –como siempre– los ciudadanos que ven postergados sus derechos a recibir la atención que merecen, que tienen a sus hijos en el abandono por falta de clases, que encuentran las ventanillas cerradas de la oficina pública donde tienen que acudir para realizar un trámite.

Es un juego perverso del Estado que dice que, después del último paro, ya asignó los fondos prometidos, cuando en realidad no lo ha hecho. O lo ha hecho solo parcialmente, a gotitas, como para salir del atolladero.

Y, mientras tanto, los enfermos no tienen quién vele por ellos en los hospitales, donde los médicos y las enfermeras les dan las espaldas porque, a su vez, el Estado ni cumple con el pago de sus sueldos ni les dota de recursos como para que puedan atender, aun en la forma más elemental, al paciente.

Y ahí están las escuelas, con sus paredes desconchadas, unas bancas desvencijadas y un piso de lodo.

Del fondo de esas aulas paupérrimas sale la voz del maestro para enseñar lo único que puede enseñar: que su rol de pago está incompleto y que el último sueldo recibido es el que corresponde al de hace tres meses.

Y ahí están las cárceles devenidas en pestíferas mazmorras, con los presos hacinados en las condiciones más abyectas y los guardias impagos.

Y ahí están los jubilados, en su perpetua orfandad.

Y ahí, también, está la voz oficial que anuncia que no hay dinero, hasta que, después de un tiempo, salga a decir que la situación está arreglada, y que no hay vencedores ni vencidos.

Entonces, el juego perverso, sustentado en engañifas, truculencias y mentiras, vuelve a comenzar...