La llamada de Carlos Julio Arosemena Peet, la mañana del viernes 5, avisando la muerte de su padre, el doctor Carlos Julio Arosemena Monroy, y la decisión de permanecer las últimas horas de su existencia física en la Casona Universitaria, en la que estudió, lideró y fue homenajeado como él se merecía, junto al impacto de su fallecimiento, generaron el orgullo institucional y personal de saber que a su muerte nos dejaba el testimonio de su amistad y afecto.

Estudiante de primer año de Derecho, y en el oficio de vendedor de libros, en esa época visitaba al Dr. Arosemena, lo que me permitía ofrecerle los títulos que le interesaban y disfrutar de su conversación. Llegó octubre del 60 y con varios vendedores de libros organizamos una feria en la Casa de la Cultura, fui a verlo al estudio de la calle Luque y lo invité a inaugurar la feria; pocos minutos después caminábamos con el Vicepresidente de la República, que aceptó la invitación.

La Universidad fue uno de los escenarios de confrontación del 6 de noviembre de 1961; junto a los líderes de entonces, entre otros, Jaime Roldós, Aquiles Rigaíl y John Dunn, salimos a las calles. Los hechos se precipitan y Arosemena llega a la Presidencia. También salimos a las calles a defender la Constitución contra la dictadura en 1963.

El 8 de octubre de 1999, al reabrir la Casona, le pedí que compartiese la dirección de una amplia reunión con solo egresados de la Universidad, haciéndolo con la autoridad que él sabía actuar. El 17 de diciembre del 2000 se realizó la inauguración de la Biblioteca Antonio Parra Velasco, del Museo Francisco Huerta Rendón y de la galería de Rectores de la Universidad de Guayaquil. Sus palabras fueron el testimonio de sus vivencias en la institución y el Ecuador, desde los años cuarenta hasta el fin del siglo XX.

En diciembre del 2001, compañeros de los años 60 propusieron un homenaje nacional a Carlos Julio Arosemena Monroy. Me tocó presidirlo en enero del 2002.
Ha sido el acontecimiento más concurrido en el viejo Paraninfo. Estaba el Ecuador representado sin exclusiones, porque Arosemena Monroy fue frontal, en la amistad y en la confrontación, nunca fue expresión de pequeñeces, supo alcanzar el respeto aun de quienes con sus frases fustigó.

El día que cumplió 80 años no pude acompañarlo en un homenaje que se le rindió en el Yacht Club. Le llamé temprano y le expliqué que no iba a poder estar con él, me invitó para la noche a una pequeña reunión de amigos, pensé que era un cumplido, hasta que recibí su llamada a las 9 de la noche. Me dijo que estaba en la casa de Jorge Terán esperando que llegara, había varios amigos aparte del anfitrión y su cónyuge. Fue una velada en que revisamos la historia del Ecuador, de la cual había sido uno de los más destacados actores.

En la Casona, expresé la noche del viernes, que por Carlos Julio no pedía un minuto de silencio, sino el aplauso a su vida y a su presencia, porque no vamos a permitir que su ausencia física signifique olvido. Cinco minutos de pie y aplaudiendo con las manos y desde el espíritu, fue el homenaje de la Universidad y sus amigos al doctor Arosemena Monroy. Si él no nos falló ni en la proximidad de la muerte, tampoco le vamos a fallar.