El paso de un cometa por las cercanías de una aldea terrestre crea enormes expectativas. Los pobladores se preparan para observar la composición del fenómeno, de qué está hecha esa especie de estela luminosa. Pasado el espectáculo –ocurrió cuando el cometa Halley visitó la Tierra en los años 80– queda un cierto sabor a desencanto, a ilusión desvanecida.

Hace pocos días pasó por la aldea quiteña un cometa: José Saramago, autor, para mi gusto muy personal, de una deslumbrante novela, El año de la muerte de Ricardo Reis, y un decepcionante melodrama, La Caverna.

La élite política de la aldea –a la cabeza la Izquierda Democrática– montó para el cometa Saramago tinglado variopinto que nos podría hacer pensar que el nuestro es un país que tiene una enorme tradición de políticas culturales. El Ministerio de Educación le colgó del cuello, apresuradamente, una pesada condecoración en nombre de un gobierno para el cual Saramago y la literatura deben constituir un asteroide a cientos de miles de talentos de distancia.

Me sorprendió cuánto han conocido de Saramago los políticos aldeanos, cuánto han leído de él.

Diego Caicedo, un agudo librero quiteño, comentó en un diario que resultaba tristemente paradójico leer un anuncio de un encuentro con Saramago, anuncio desplazado a todo lo largo de la página, con una nota final que rezaba que solo se podía entrar con invitación. Entonces, para qué tanta publicidad sino para evidenciar la condición de show con la que fue tratado el escritor, que se juntó, no faltaba más –es punto obligado en una guía turística– con la Conaie, para subrayar cuán democráticos somos al momento del espectáculo.

¿Qué tiene que ver, me pregunté, todo este número circense, con esa imagen gris, desoladora, dolida, de un Ricardo Reis “seco de carnes”, poeta heterónimo detrás del cual se oculta otro solitario, Fernando Pessoa (alguien que amó hasta el extremo el silencio y la sombra), volviendo a Lisboa para alojarse en un hotel sin ascensor y dejar que el tiempo de una ciudad lluviosa le invadiera el alma, imagen de un escritor que siempre creí que era entrañable para José Saramago?

La presencia del personaje en la aldea quiteña me pareció una puñalada por la espalda contra la obra del propio Saramago. Un baño de popularidad de los aldeanos más ilustres, a costa de este hombre condenado a escribir para salvarse de la muerte.

Hicieron de él un fetiche y un fantoche.

Los ditirambos en materia cultural son, en nuestro país, inversamente proporcionales al interés por la cultura. El despliegue dado por la prensa a la presencia de Saramago es inversamente proporcional a la cantidad de espacio que la prensa dedica a los escritores. La admiración de la que la oficialidad aldeana hizo gala frente al novelista es inversamente proporcional al interés que la oficialidad aldeana tiene por el destino de la literatura entre nosotros.

Hechos de cultura dignos de recordarse son, en cambio, exposiciones como la de Jesús Soto y la anunciada de Wilfredo Lam.

Pasó el cometa y hemos vuelto a la cotidianidad de la cultura: casi nada.