El futuro inmediato reserva al Ecuador una serie de pruebas de todo orden, porque ha entrado en crisis la competencia comercial entre países grandes y pequeños, o sea entre el tiburón y la sardina.

En esta pugna de intereses participan, entre otros, el país más fuerte y próspero del planeta y también los más pobres y retrasados de América Latina. Entre estos últimos se halla el Ecuador, que estará obligado a competir comercialmente con países del mayor desarrollo económico.

Con el marco de la liberación de aranceles, Ecuador ofrecerá en ese gran mercado sus materias primas y unos pocos productos industriales, cuyo precio es casi siempre más alto que el de sus similares extranjeros. En ese escenario tan poco propicio para el optimismo, los exportadores nuestros se encuentran trabajando para ser más competitivos. Será labor difícil, acostumbrados como estamos a exportar productos naturales reyes en su género, como el cacao, el banano y el petróleo, para mencionar solo tres.

Los que creen en milagros, concentran sus miradas en los negociadores de las condiciones y normas en que intentaremos introducir nuestros productos. Aunque se trata de harina de otro costal, relevo la dura competencia que enfrentan muchísimos productos nacionales por el menor precio que se venden en Ecuador los extranjeros. Nuestros supermercados y almacenes están repletos de ropa, alimentos, cosméticos, zapatos, medicinas y un etcétera largo, de procedencia colombiana, peruana y asiática, especialmente. Su calidad es aparentemente buena y el precio más barato que sus similares hechos en Ecuador.

Dejo a los expertos en asuntos económicos la identificación de los factores que hacen posible esa rebaja. Por ahora señalo que esta dura competencia lleva al cierre de muchos talleres artesanales y deja sin trabajo a incontables personas.

El Ecuador necesita llevar a cabo durante muchos años una campaña educativa que promueva la preferencia de los artículos nacionales sobre los extranjeros. Que destaque el trabajo devoto y eficiente de nuestros compatriotas.

Sirva esta crisis local como advertencia de lo que va a suceder en los mercados extranjeros, cuando deban incrementarse los precios de nuestros artículos con los valores correspondientes a fletes y transporte. Seremos, posiblemente, los convidados de piedra en el festín de los países del mundo desarrollado. Porque no cabe la menor duda al comprador cuando le toca escoger entre dos mercancías similares en todo, menos en el precio. Nos agrade o no, la palabra que tiene más vigencia en la mundialización del comercio es competitividad. Pero su práctica viene rigiendo al mundo del comercio desde hace añales.

Desde que comenzó a contarse –y practicarse– la fábula del tiburón y la sardina, el tiburón dispone de condiciones casi insuperables como el capital, la técnica y el poder político.

A la sardina corresponde, en cambio, competir en precio, calidad, servicio y valor agregado. ¿Logrará con ello sobrevivir la sardina y abrirse paso en el hostil mundo del neoliberalismo?