El título puede incomodar a algunos, pero es necesario desclasificar a la empresa como vocablo otrora cargado de una intencionalidad ideológica, que llevó a ubicar a la empresa y a los empresarios, sean industriales, mercantiles o de prestación de servicios, como enemigos o simplemente explotadores de los más débiles.
Afirmo que toda empresa –aunque parezca una tautología– es humana por excelencia, en la medida que implica “una acción o tarea que entraña dificultad y cuya ejecución requiere decisión y esfuerzo”, según la Real Academia Española de la Lengua. En este contexto, la empresa debe ser asumida como una creación de los seres humanos, en su acepción natural y obvia, desprejuiciada, y por tanto libre de supersticiones y mitos que cierta prédica ultrista engendró para esterilizar a más de una generación.
Hace poco estuve en el Extremo Oriente. La visión que se tiene del mundo es diferente a la que hemos construido “al otro lado” del Pacífico, al estilo de una cultura educativa y política, que no ha dejado ver, por la inopia de ciertos líderes y el afán siempre quejumbroso de una minoría, la grandeza de nuestro pueblo, sus virtudes, sus fortalezas, sus raíces y también sus atavismos.
Nuestra gente es emprendedora, resuelta, decidida a luchar y a crear, en muchas ocasiones por la supervivencia. Todos sabemos –Hernando de Soto ya nos hizo conocer en la memorable obra El otro sendero– que la informalidad es una realidad en Latinoamérica; es el otro sendero que los políticos no han querido ver y que tiene una fuerza incontenible porque es la empresa humana –la microempresa, en este caso– que brinda trabajo, movilidad económica y social, que supera el 60% de personas que pertenecen a la denominada “economía invisible”, según la terminología que utiliza Mandred Max-Neff en El desarrollo a escala humana.
China –el país más poblado del planeta– ha decidido preparar microempresarios exitosos, según refiere una nota de Carlos Alberto Montaner, y que yo pude conocer de cerca. Es que las actividades empresariales son ahora “decentes” desde el punto de vista político, ideológico, económico y social.
Hace poco, por ejemplo, las universidades públicas del Ecuador preparaban una legión de empleados públicos, desde la perspectiva del Estado-bienestar; hoy que ese tipo de Estado está en decadencia, el recurso humano preparado en todas las universidades se orienta, en buena medida, a la creación de empresas, a investigar el fenómeno de la competitividad o a “incubar” empresas, “bolsas” de trabajo y empleo, dentro de perspectivas más realistas.
La empresa a escala humana es la estrategia del desarrollo centrado en las necesidades de la gente y la consecución de la calidad de vida. La pobreza es básicamente mental. Por eso, si no generamos en cada niño, niña o adolescente una mentalidad emprendedora, autónoma, con capacidades para tomar decisiones y trabajar con esfuerzo propio y en equipo, el desarrollo será una quimera. Y esta es una tarea de la educación, de la nueva educación que lamentablemente no se vislumbra.
No dejemos que el crecimiento económico y político sea fruto de la lotería o de la esperanza mesiánica en líderes impreparados o en sistemas definitivamente desgastados. El Ecuador necesita con urgencia, como quiere China, un aluvión de empresas.
¿Podríamos hacer algo en esa línea?