La mayoría de los lectores de Dickens concuerdan que su Bleak house (Casa desolada) marca el punto de maduración de su carrera literaria. Chesterton observa con agudeza que hasta ese momento la producción dickensiana se asemejaba al ascenso de Napoleón. Este había subido a la cima de su gloria con un ejército que lo había hecho al andar, había ganado batalla tras batalla aun antes de saber su propio plan de campaña. Luego de sus victorias decisivas, Napoleón comenzó a poner su casa en orden. Así lo hizo también Dickens después de sus arrolladores triunfos narrativos. Resultado de ese orden, de esa maduración, fue precisamente Casa desolada.

Como en ninguna de sus anteriores obras, la novela nos revela detrás de su argumento el mundo de frustraciones y temores de los miembros de una familia que se mueven desorientados en esta casa por el lastre de su pasado y por las nuevas condiciones que el capitalismo comenzaba a crear en la sociedad inglesa. En más de una escena Dickens nos pinta con magistral crudeza las condiciones de alienación de algunos de sus personajes que luego serán materia de análisis.

Pero Dickens jamás se imaginó seguramente que llegaría el día en que no sería una casa, sino todo un país el que cayera en una similar desolación. Abrimos la puerta de una habitación para enterarnos que de los arsenales ecuatorianos salen armas para la guerrilla colombiana. Es más, al parecer, según información internacional y declaraciones de militares retirados, este suministro viene desde hace tiempo y en ocasiones a cambio de drogas. Por su parte, el Sr. Uribe vino, no durmió y se fue. Nadie sabe qué se firmó, qué se acordó. Lo que debió ser una visita de trascendental importancia quedó reducida a una parada de bus.

Abramos otra puerta y encontraremos a un Ejecutivo sin apoyo parlamentario para aprobar proyectos de ley que los considera claves. La estrategia política se ha reducido a las llamadas “mayorías móviles”, expresión más nítida del fracaso del sistema presidencialista y del régimen de partidos. Hasta mientras seguimos sin Contralor y sin una reforma legislativa profunda que cambie los cimientos jurídicos de una sociedad y un estado en crisis. 

En otro cuarto vemos que las reformas estructurales a la economía están estancadas. Los monopolios –públicos y privados– no ceden a la competencia. Se inaugura un nuevo oleoducto por donde pasará más aire que crudo, pues se ha resuelto dejar el petróleo bajo tierra. El Fondo Monetario sigue esperando. El peso de la deuda externa es cada vez más asfixiante. Y nadie sabe dónde vamos y qué hacemos en competitividad, en el seno de la OMC, en política de empleo o frente al Alca.

Y en el patio de esta casa desolada millones de ecuatorianos yacen atrapados, luchando por salir del país, unos; luchando por simplemente sobrevivir, otros. Hastiados de una nación donde hay más denuncias que puestos de trabajo, más insultos que escuelas, más demagogia que hospitales, más huelgas que carreteras, más ex presidentes asilados que inversionistas.