En su libro de viajes, H.B. Stendhal confiesa la enorme alegría que sintió cuando estando en Berlín obtuvo un permiso de cuatro meses para dedicarlo a viajar por Italia. “Pero este viaje me complace demasiado”, dice el autor de Rojo y Negro. Y agrega, “¿y quién sabe si el mundo durará tres semanas?” Esto último lo sacó de un pasaje de la ópera Fígaro en que uno de sus personajes, presa de un frenesí incontrolable, repite una y otra vez eso, que quién sabe si el mundo durará tres semanas.
Bueno, pues, la alianza de partidos que venía gobernando nuestro país al menos duró más que las tres semanas de la que uno escucha en Fígaro, y probablemente más de lo que han durado otras alianzas –electorales, parlamentarias, judiciales, burocráticas, constitucionales, etc.– que han pasado como meteoritos por el firmamento de nuestra política.
El ex ministro de Gobierno, Mario Canessa, acuñó la expresión “mayorías móviles”, por la que probablemente será recordado. En ellas, decía, el Gobierno debe apoyarse para navegar el tormentoso océano de la política. No le faltaba razón con tan escasa representación del Gobierno en el Congreso: hoy apoyarse en unos, mañana en otros, dependiendo de la agenda. No es la primera vez que esta situación se presenta en nuestra historia. No será la última tampoco. Lo lamentable, eso sí, es que no hagamos nada, pero nada, para ponerle freno a esta verdadera carrera de enajenados hambrientos de inestabilidad y sedientos de egoísmo.
Ahora vendrá el capítulo más bochornoso. Primero, todos se rasgan las vestiduras por el fin de la alianza. Acto seguido, se deja constancia de lo necesario, lo bueno, lo saludable que son las alianzas para la gobernabilidad y el futuro del país.
Pero a continuación, si el Gobierno llega a buscar un apoyo legislativo para pasar tal o cual pieza legislativa en tal o cual partido, entonces arde Troya. Todos en coro gritarán: vergüenza, vergüenza, cómo es posible que se hagan pactos o alianzas, traición, traición. Todos a las calles. Carreteras cerradas, puentes tomados, marchas convocadas. No lo dicen abiertamente, pero todos terminan jugando a la caída del Gobierno, para volver a comenzar de cero. Borra y va de nuevo. Eso es lo que más saben hacer nuestros dirigentes. Borrarnos y mandarnos a cero.
Y en este juego llevamos años, más bien décadas. Décadas que hemos perdido, que hemos desperdiciado, décadas que muy difícil vamos a recuperar. Todo sufre de una movilidad asombrosa, como Rigoletto creía ver en el carácter de la mujer, tan “movile” como una pluma en el viento. El derecho, la Constitución, las instituciones, las políticas públicas, todo ha sido contaminado por esa ansiedad de destrucción y escándalo de nuestra dirigencia. Y mientras esto pasa, millones de compatriotas se hunden en la pobreza.
Al presidente Gutiérrez se le presenta una enorme oportunidad para ponerle un alto a este carrusel. Esperemos que pueda responder a este desafío, pues, el tiempo se viene corto. No para él, sino para el país.