El presidente Álvaro Uribe fue a Washington en pos de los despojos de la guerra de Iraq. Pidió en préstamo al régimen de Bush la tecnología de guerra que ya no estuviera necesitando contra Hussein.
Quiere que le presten los aviones de segunda mano.

Su gesto no representa más que una parodia. Y las parodias son generalmente una triste repetición de un original. Quiere parodiar en su país, la cruzada antiterrorista de Bush.

También pidió un acuerdo comercial bilateral, como pírrico pago por su solitaria actitud (solitaria entre nuestros países) en apoyo a la guerra del régimen norteamericano. Un acuerdo bilateral acompañado de un renunciamiento, en el campo de las negociaciones del Alca, de toda resistencia al esquema de una simple y llana apertura inequitativa de los mercados. ¿Ya no cree Uribe en la necesidad de un frente común latinoamericano? Creo que no.

De ese modo, se aleja de América Latina. De aquella representada por México y Chile en las Naciones Unidas.

No es de extrañarse. En un primer momento buscó la comprensión de la Unión Europea para su estrategia de guerra abierta contra la insurgencia. Sospecha, talvez, que después de la guerra de Iraq será difícil un apoyo irrestricto en ese sentido.

Después quiso que los países vecinos nos sumáramos a esa estrategia. Convocó encuentros diversos en ese sentido, acudiendo, a momentos, a la posibilidad de que unas fuerzas armadas latinoamericanas crecidas a la sombra del Pentágono, consigan derrotar a las voces políticas que creen todavía que el conflicto colombiano debe tratarse en la mesa de las negociaciones. Fracasó.

Ha vuelto, por tanto, sus ojos al único que puede sostener su empeño: el gobierno de Estados Unidos.
Cada vez que, en estos días, me he topado con su estampa en las fotografías de los diarios, en medio de los personajes del gobierno norteamericano, me han conmovido sus gestos de un “Felipillo”, ese personaje de la traición que consagró la historia del colonialismo español.

Pero más allá de esto, que puede parecer anecdótico, está el peligro que encarna, particularmente para los países vecinos y también para toda América Latina, este derrotero asumido por Uribe.

Precisamente en momentos en que los hombres de George W. Bush preparan la lista de los que estuvieron con él durante la guerra de Iraq, los que fueron indiferentes o ambiguos y los que abiertamente se le opusieron. Como dijo Colin Powell, su gobierno cuenta con varias formas de ejercer una represalia: la diplomacia, el comercio o las armas.

Uribe, en función de sus pretensiones particulares, está facilitando el camino para que el gobierno norteamericano dirima sus relaciones con nuestros países, con los costos que aquello tiene para quienes, al menos en el campo de la economía, miramos demasiado hacia Estados Unidos.

Uribe, con su actitud, está profundizando la antigua atomización de América Latina. Él será el punto de apoyo a partir del cual Estados Unidos buscará, en el momento oportuno, quebrar la voluntad de independencia y de paz que alimentemos en la frontera con Colombia.