Recuerdo como si fuera ayer la noche de la segunda vuelta electoral, cuando se conoció del triunfo de Lucio Gutiérrez, como presidente de la República. Y especialmente recuerdo el momento en que llegó al set principal de Ecuavisa, para dar sus primeras declaraciones al país a través de tres canales de televisión que formaron la cadena Elecciones 2002.
Esa noche, el rostro de Gutiérrez lucía cansado, sin duda producto de la ardua campaña. Pero, sobre todo, lejos de ser un rostro de felicidad y dicha, lo era de preocupación. Era la expresión de quien despierta de golpe a una realidad, con el agravante de que en su caso debía hacer que sus promesas de tarima se acoplaran urgentemente a esa realidad.
Esa noche le escuché, en vivo, también una reflexión que parecía lógica. Dijo que lo que más claro tenía en materia económica era que no se podía seguir cargando el costo de la crisis a la población, y que por ende no pensaba en alzas. “Eso sería como querer apagar el fuego con gasolina”, exclamó el flamante presidente.
Pocas semanas después, y apenas a cuatro días del mandato, Gutiérrez anunciaba un plan económico emergente, sustentado precisamente en el alza del precio de las mismas gasolinas con las que decía no estar dispuesto a agravar el incendio nacional.
Esa noche se comprometió también a gobernar de manera creativa. Dijo que nada de la política tradicional lo ataba y, más aún, renegó de la política tradicional. Pero a poco de iniciado su mandato, su neopartido político le exigía los cargos públicos, las destituciones, en definitiva, la “troncha” que justificara su “trabajo” de campaña. Inclusive por escrito. Igualito que en los anteriores gobiernos, en los cuales Carondelet y sus filiales (los ministerios) se convirtieron en agencias de remociones y empleos.
¿Y la creatividad? Cuando llegamos al día noventa y nueve, el gobierno se vanagloria de haber logrado en tres meses, lo que muchos no pudieron en años.
Pero basa esa euforia en un acuerdo con el Fondo Monetario, que aprieta y exige alzas, entre ellas la del gas que, cuando fue intentada, incendió ya a tres gobiernos.
Ahora, y en la línea de cumplir con el FMI, a pesar de la grave crisis interna, el lucismo plantea la aplicación de un impuesto al rodaje y la navegación. Nada creativo tampoco, porque ya en 1995, cuando la guerra del Cenepa, el entonces vicepresidente Alberto Dahik logró cobrar uno, con la ya prostituida frase de que se lo hacía “por esta única vez”.
Recuerdo que también se comprometió a ayudar al migrante y evitar que este fenómeno siga ocurriendo con fuerza en el país.
Por el que está afuera poco se ha hecho. Las salidas en estampida, en cambio, cada vez son menores. Y no precisamente porque hayan mejorado las condiciones en el interior, sino porque la dolarización ha convertido al Ecuador en uno de los países más caros de la región y, como tal, los migrantes están perdiendo el sueño de sacrificarse y ahorrar plata que les rendía mucho acá, que les permitía construir la casa, montar el negocio y lograr un mejor estatus. Ahora, cuanto puedan mandar, alcanzará a sus parientes solo para subsistir.
Este es solo parte del panorama con el cual Gutiérrez llega a su tan publicitado día cien. Salud.