Evidentemente que sí. Pero nuestra diversidad cultural y regional imprime a cada segmento distintas tonalidades y formas diversas. Por ejemplo, en la Sierra el mestizo no acepta su condición y desprecia al indígena. La Costa, el erigirse sobre una sociedad abierta, liberal mercantil, determina otra conducta social que admite una fuerte vertiente negra y-o india. Por eso, este existe en ella con matices distintos, donde el indio tiene un espacio para abrirse y progresar que no encuentra entre una mayoría mestiza serrana que dice ser blanca. El racismo en nuestro país es regional: la Sierra contra indios, negros y costeños. El mote de mono no expresa un gentilicio sino un ataque psicológico y social: con aquello de “pensar o actuar como mono” se plantea una conducta prehumana. Esto genera rechazo y como contrapartida se utiliza el calificativo de longo. No por ofender a los indios, sino para situar a los mestizos en su real condición y ancestro que les disgusta reconocer. Los indígenas, a su vez, abrigan sentimientos racistas hacia los negros, contra los mulatos y costeños en general. Los negros lo tienen hacia los blancos y hacia algún segmento de los serranos. En la Costa el racismo es ideológico y psicológico, social y cultural, gestado a través de la historia, que tiene que ver con el cholo y el montubio. Los cuales, pese a estar integrados a la sociedad, reciben manifestaciones de racismo en las expresiones “te comportas o hablas como montubio” o “te vistes como cholo”.
Esto ocultaría una suerte de subvalorización, propia de una diversidad cultural no reconocida aún. Sin embargo, hay un proceso importante de revalorización de roles de lo montubio y lo cholo, que ya produce cambios importantes en la relación intercultural.
La sociedad ecuatoriana es racista como resultado de la herencia cultural española. La sociedad mestiza que dio lugar a la República, no modificó esta herencia. En términos generales debe concebirse al racismo en relación con los estratos sociales y con las regiones. Por ejemplo: la canciller, Nina Pacari, al irrumpir en el coto privado de la aristocracia diplomática, tradicionalmente centroandina, ha desentrañado este sentimiento que estaba oculto pero cultivado con esmero.
En la Costa es menos marcado, pues en la actividad comercial empresarial hay espacio para todos. Hay un trascendente caso, recogido por las historiadoras María Luisa Laviana Cuetos y Carmen Dueñas de Anhalzer. Se refiere a don Bernardo Roca, quien a finales del siglo XVII llegó a Guayaquil encasillado como negro “cuarentón”.
Enraizado en esta ciudad, se desarrolló como hombre de trabajo e hizo fortuna. Tres de sus hijos fueron partícipes activos del 9 de Octubre de 1820 y uno de sus nietos ocupó la Primera Magistratura del Ecuador.
Siendo la interculturalidad una tarea educativa permanente, el racismo podría desaparecer del país mediante una constante y adecuada cultura de la diversidad. Pero para vencer la aberración del quiteñocentralismo, que sostiene que el Ecuador tiene una sola identidad, y aprender a convivir entre diferentes, hay que reformar el sistema educativo y reconocer que somos un país diverso. Donde el quiteño no es más que el guayaquileño o el indio, ni estos superiores al cholo, al montubio o al negro. El sectarismo que, en procura de una preeminencia destructiva, sostiene que nuestra nacionalidad es homogénea y coloca al centro-norte-andino como eje de la identidad y cultura nacionales, debe desaparecer si en realidad deseamos construir un país unitario.