No fue un día más. Nunca será una fecha de grata recordación. No importa que pasen las décadas ni que los años se vengan encima. Hay circunstancias que marcan vidas y acontecimientos que dejan en el alma de los protagonistas huellas indelebles: de dolor unas veces, otras de júbilo o quizá también de hastío.
El 15 de agosto dejó consternación en el pueblo ecuatoriano; dolor, inconformidad y desazón en muchas familias ecuatorianas; también, una actitud forzada de acatamiento de las leyes de la vida y de aceptación del fracaso del hombre frente a su impericia en el dominio de la materia.
Mi prima hermana Raquel Samaniego S. estuvo en aquella aeronave; la Suca (así la llamamos cariñosamente) fue una mujer especial, dotada de una belleza física extraña para nuestras latitudes y adornada con una inteligencia y don de gentes excepcionales; fue la primera Alcaldesa del cantón Sígsig (presidenta del Concejo Municipal). Aquel 15 de agosto nos hallábamos reunidos muchos familiares donde mi tío Justo, cuando supimos que el avión había sido declarado en emergencia; en verdad, nuestros “estados de emergencia” son un anuncio camuflado de muerte y destrucción.
Hace pocos días, cuando los medios de comunicación informaron sobre el hallazgo de la aeronave siniestrada, me encontraba yo en Gualaquiza con Rosalva, mi esposa, y Rosa, Germán, Inés y Marianita, mis hermanos, de visita a nuestro padre. Allí volvimos a revivir capítulos de lo sucedido en esa época que quiero queden también consignados en esta columna como testimonio personal:
* Un grupo de familiares, entre los que me encontraba, iniciamos la búsqueda tan pronto fue posible hacerlo, sabiendo que el tiempo era nuestro peor enemigo.
* Volamos algo más de 100 horas durante cuatro semanas de búsqueda intensa y prolija; no dejamos cabos sueltos, más aún, muchas veces nos jugamos la vida frente a la “comprensible” incomprensión de amigos y familiares que querían que a pesar del mal tiempo no abandonásemos la búsqueda.
* Cada mañana partíamos con la esperanza de regresar con alguna verdad que nos obligara a desechar conjeturas y relegar fantasías; puedo asegurar que nuestra geografía, en esas semanas, fue “peinada” (escudriñada) a conciencia. Nada se encontró. Al menos ocho veces examinamos el Chimborazo, desde el aire, palmo a palmo.
Sin embargo, siempre sospechamos que el Chimborazo, nuestro imponente nevado, guardaba a las víctimas de aquel suceso; muchos lo afirmábamos, pero no había experiencias similares para sustentar la sospecha y convertirla en una certeza.
Actualmente el Chimborazo tiene sobre sus lomos algo más de la mitad de la nieve que tenía hace 26 años. El impacto ciertamente produjo un aluvión que cubrió la aeronave; lo poco que quizá quedó al descubierto fue sellado por la nieve que durante las 48 horas subsiguientes cayó sobre el nevado con furia inusitada. Esto es historia. Durante tres días fue imposible divisar al Chimborazo; las semanas y meses subsiguientes la nieve escondió celosamente en su blancura a 59 compatriotas, mientras en valles y collados el luto y el dolor se hicieron presentes.
Nada más, amigas y amigos. Ojalá los mercaderes del dolor y los saqueadores de esa enorme tumba abierta, sean castigados con rigor ejemplarizador.