Alguien decía que con las excepciones de Dios y del amor, el conflicto es lo que más ha ocupado la mente humana a través de la historia, pues de manera recurrente, y a veces cíclica, las naciones entran en disputas, lo que obliga al hombre a dedicar gran parte de su vida a la defensa activa o pasiva de su integridad física y moral o de su patrimonio.
Y eso es lo que ocurre con la población mundial, que está a la expectativa del desenlace de un nuevo y gran conflicto, un desastre inminente o una devastadora catástrofe bélica si se produce la guerra Estados Unidos (Gran Bretaña) –vs- Iraq.
El Ministro británico de Asuntos Exteriores ha declarado que no es posible intervenir en una guerra si no hay el respaldo de los ciudadanos, a propósito de las enormes manifestaciones ocurridas en las principales capitales europeas, que sumaban varios millones de personas lanzadas a las calles para llevar su grito rebelde pero pacífico condenando el posible ataque de Estados Unidos hacia Iraq. En algunos casos, se trataba de las más grandes concentraciones humanas en tiempos de paz de los últimos 55 años. Sin embargo, parece que ese clamor, cuyo eco se ha expandido por toda la tierra, no será escuchado.
Y es que después de la Segunda Guerra Mundial y de la creación de las Naciones Unidas, el mundo pensó que las disputas entre los pueblos, por lo menos las grandes disputas que pudieran llevar a todo el orbe a inmiscuirse directa o indirectamente en un conflicto, serían resueltas en las mesas de negociaciones, pero la realidad nos ha enseñado, con experta pedagogía, que las guerras no desaparecerán mientras haya gentes e intereses que las alimenten.
Estados Unidos puede, es entendible, querer quitar de las manos de sus enemigos las armas con las que le puedan hacer daño, pero si no se comprueba fehacientemente que Iraq tiene esas armas, ¿será bendecido ese ataque por la comunidad internacional como un acto de legítima defensa? Claro que hay los antecedentes para pensar que Iraq oculta algo, pues no ha cumplido “plena e incondicionalmente” con la Resolución 1441 de la ONU así como no ha observado en su integridad ninguna de las 17 resoluciones dictadas desde 1990 condenando su comportamiento, pero las presunciones de hecho no son pruebas sobre las cuales no debe quedar ninguna puerta abierta para que entre la duda.
El que en Iraq exista una dictadura y un gobierno autoritario y tiránico nadie lo duda, pero solo eso –aunque para el mundo occidental y democrático sea muy grave– no le concede a nadie el derecho de decidir la muerte de decenas de miles de ciudadanos de distintas nacionalidades y etnias, amén de que se puede ampliar el conflicto con efecto contaminante hacia otras naciones asiáticas y europeas perturbando a todo el orbe.
La guerra debe ser evitada por cualquier medio, el más idóneo de los cuales sería que Iraq ponga sus manos con las palmas hacia arriba, mostrando que nada esconde.