Les ruego disculparme que comience esta nota con algunas preguntas que estimo pertinentes. ¿Cómo les fue en la votación, el día domingo 20? ¿Les resultó una experiencia feliz el ejercicio democrático de escoger a los futuros mandatarios? ¿Les fue fácil encontrar las juntas en donde votaron?
Si sus respuestas son positivas, reciban la más cordial felicitación, porque a mí me sucedió de otra manera. Por no tener mis lentes a la mano, solicité a un pariente de muy buena vista consultar en el diario el sitio en que debía sufragar. Y él aguzando su excelente vista, me dijo que debía votar en la Universidad Laica Vicente Rocafuerte. Mas, como los periodistas somos desconfiados y tenemos el hábito de consultar al menos dos criterios, me armé de mis lentes y establecí que el dato estaba errado.
¡Era muy fácil confundirse con el aviso del Tribunal Electoral del Guayas, por lo pequeñísimo de la letra usada en el texto y lo muy estrecho de las líneas a todo lo ancho de la página! Debía en realidad votar en la Facultad de Ciencias Matemáticas y Físicas de la Universidad de Guayaquil.
Quitada la primera piedra del camino, me trasladé a la ciudadela Salvador Allende y luego de preguntar y repreguntar, llegué a destino. Ubicar en qué sitio se encontraba la junta que me correspondía hubiera sido coser y cantar, de no haber sido porque según las pesquisas realizadas, la mesa podía estar en el segundo piso del edificio. Tras luchar largo rato contra la invencible marea de los centenares de personas que bajaban del edificio por la única escalera habilitada para ese tránsito multitudinario, un pariente muy joven se ofreció para ir en busca de la mesa aludida. Yo me quedé esperando, simplemente, en la planta baja junto a otros muchos que habían sido vencidos por la corriente poderosa de los que bajaban la escalera.
Y luego de esperar haciendo fe de que el que espera desespera, al fin llegó mi adelantado con la feliz noticia de que había encontrado la junta. Empezó, entonces, mi batalla con los que descendían por la escalera y con quienes venían tras de mí para ascender. La caliente y húmeda respiración de los cientos de personas y la suma de todas sus transpiraciones constituían una especie de coctel del infierno.
Numerosos bebés, subidos a los hombros de sus madres, lloraban desconsolados la falta de oxígeno.
Tras un halón poderoso de mi pariente y un empujón enérgico del impaciente que iba detrás mío, de pronto estuve arriba. El resto fue tan fácil como hacer pompas de jabón, pues la mesa se hallaba sin votantes.
Vuelvo a la carga con mis preguntas y repreguntas. ¿Ud. también se encuentra entre los centenares o millares de votantes que navegaban a la deriva, buscando vanamente una mesa de información como las que hubo en otras elecciones?
¿No piensa usted que hubiera sido grato complemento de un proceso democrático digno de aplauso?