Les tengo una buena y una mala noticia. ¿Por dónde quieren que comience?
Lo usual es comenzar por las malas nuevas, así que allá voy: las elecciones para diputados no serán nada limpias.

Hasta cierto punto resulta lógico que así sea. El verdadero poder durante los tres últimos gobiernos no estuvo en el Palacio de Carondelet sino en el Palacio Legislativo. Desde sus pasillos y amplios salones, la maquinaria política de cuatro o cinco partidos hizo y deshizo del país a placer. La aplanadora, la trituradora y la mezcladora fueron más efectivas que un gabinete entero en asuntos tan vitales como repartirse el presupuesto, hacer negocios con Pacifictel, aprobar leyes con dedicatoria y blanquear deudas de jefes y parientes con la banca quebrada.

¿Por qué deberíamos esperar que esos eminentes empresarios de la política se resignen ahora a abandonar un mecanismo de poder tan efectivo?

Al momento de escribir estas líneas, tengo en mis manos la foto de un candidato condecorando al ex presidente Fabián Alarcón; tengo otra de dos conocidos políticos festejando con el ex presidente Jamil Mahuad; y hay una tercera, en la que un destacado funcionario vinculado con uno de esos partidos, asume una cartera de Estado de manos del presidente Gustavo Noboa. ¿Para qué más? ¿No es mejor esa forma de gobernar, o cogobernar, desde la sombra, sin tener que rendirle cuentas a nadie, y sin desgastarse con el ejercicio del poder?

El sistema ofrece, además, la comodidad de proclamarse “oposición” al gobierno de turno, frotándose las manos hasta que llegue la hora de un nuevo intento en las siguientes elecciones.

Y todo eso incluso sin la engorrosa molestia de organizar necesariamente un fraude, porque el nuevo sistema electoral –una especie de Frankenstein al que lo construyeron con partes y piezas de otros sistemas, y luego lo bautizaron con un nombre equivocado– fue diseñado especialmente para que ganen las listas con electores disciplinados, de esos que votan por plancha.

Ellos, por supuesto, tienen todo el derecho del mundo para votar así. Yo mismo lo haré de ese modo, ya que no nos han dejado otra alternativa. Es la hipocresía de nuestros dirigentes políticos lo que critico, que por una parte aprobaron una Constitución que dicta que las elecciones serán uninominales (es decir, que se ganan o se pierden de manera individual) y al mismo tiempo aprobaron una ley electoral que consagra el derecho de los partidos disciplinados a imponer la mayor cuota de diputados.
¿Y la buena noticia? Casi me olvido: el presidente de Mastercard en Estados Unidos, el señor Bob Selander, acaba de decirle a la prensa internacional que un ataque de su país contra Iraq sería perjudicial. ¿Porque habría muchos muertos?, ¿porque sufrirían personas inocentes? No, porque repercutiría negativamente en “nuestras cifras de negocio”. 

En otras palabras, la guerra y los negocios no se llevan por ahora, así que quizás esta noche los niños sí podrán dormir tranquilos en Bagdad.