Nuestra canción vernácula es el pasillo. Si bien sus orígenes, según los estudiosos del folclore nacional, se remontan a Colombia, la pausada y melancólica composición musical se propaga en nuestro país desde comienzos del siglo pasado, particularmente en la Costa para luego seguir a la Sierra, donde competía nostalgias con los aires típicos andinos heredados de nuestros antepasados aborígenes como el yaraví, el danzante, el albazo, el cachullapi, etcétera. A este respecto han dicho los especialistas, que el pasillo ecuatoriano, más lento y triste que el colombiano, fue el ritmo clásico del Guayaquil de los novecientos, con el que el hombre del pueblo mitigaba sus penas con la  guitarra y el alcohol cantando al amor no correspondido o en suma, a su infortunio social, muy distante de los ritmos alegres danzados en los elegantes salones donde los valses, los polkas y más tarde el pasacalle reverdecían nuestros orígenes españoles, y europeos en general.

Según los entendidos de nuestra música nativa, el pasillo costeño es un poco más alegre que el pasillo serrano, pero ambos musicalizan versos de auténticos poetas y compositores que lamentablemente están desapareciendo físicamente en nuestro país, amenazando llevarse consigo las notas del pasillo ecuatoriano. Paredes, Safadi, Ibáñez, Maquilón Orellana, Solís Morán, Vera Santos, entre otros destacados compositores de Guayaquil, dejaron con su muerte un rico repertorio de hermosos pasillos hoy llamados del recuerdo, a los que se suma el Guayaquileño madera de guerrero de Rubira Infante, que a partir de En las lejanías,   ha enriquecido y continúa enriqueciendo por la gracia de Dios, el pentagrama musical ecuatoriano y porteño en especial, refrescando la tristeza típica del pasillo con la alegría característica del pasacalle y el valse.

Pero con la excepción de Rubira Infante, cuya fecundidad en la producción musical está limitada naturalmente por su ya avanzada edad, ¿quién más nos queda? Y es que el pasillo ecuatoriano “ha pasado de moda”, ya casi nadie lo canta y peor lo baila. Su ritmo parece haber partido con nuestros abuelos y bisabuelos, y los contados artistas que actualmente lo interpretan como música antigua que no llega a las multitudes, asimismo van desapareciendo de los escenarios, porque un “pasillero” no es negocio para los empresas disqueras, después del inmortal J.J. Pero este mismo fenómeno sucedió con los mexicanos que rescataron para la juventud antiguos boleros en la voz de un Luis Miguel.

Carlos Menem en Argentina, tiene el gran mérito de haber “resucitado” la música nativa, el tango, que había quedado encerrado para los típicos salones antiguos restaurados para el turismo, mientras los jóvenes casi lo ignoraban. Menem creó escuelas de tango, obligó su difusión en radios y canales de televisión. Las casas vendedoras de discos están impelidas de poner música tanguera a todo parlante para atraer al turista nacional y extranjero en el Paseo Florida. Y los ecuatorianos, ¿qué hemos hecho para evitar que se extinga el pasillo? Que vaya entonces, este mensaje de ecuatorianidad hacia los gobernantes actuales y próximos. Que la labor cultural desplegada por el Alcalde porteño se proyecte más hacia el pueblo a través de una campaña para difundir el pasillo, estimulando para que salgan nuevos compositores e intérpretes por medio de concursos y eventos musicales.

El pasillo ecuatoriano no puede ni debe desaparecer de los centros educativos, de los canales de televisión, de las radioemisoras, de las estanterías musicales y de los escenarios, pues sin lugar a dudas se trata de nuestro himno popular.