Gustavo Noboa ha vuelto a uno de sus discípulos de catequesis, para confiarle el Ministerio de Economía. Dos opciones con perfiles más bien técnicos, Jorge Gallardo y Carlos Julio Emanuel, han acabado torpemente en medio de escándalos. Ha preferido volver a lo seguro, a su redil, a aquellos que le cuiden por lo menos las espaldas.
Pero Noboa no ha estado con suerte ni siquiera en eso. Dos de los “gustavinos” salieron en medio de múltiples rumores y uno de ellos está encausado por la justicia: Luis Villacís. Un tercero, Iturralde, no dio pie con bola en finanzas. Y un cuarto, Raúl Patiño, utilizó su presencia en el régimen para resucitar su figura política.
Y no es que solamente no haya tenido suerte. Es que llegó al Gobierno sin ningún equipo, sin ningún entorno político.
Y ha permanecido en el poder dando, con sus más íntimos, palos de ciego. Peor aún. Los ciegos tientan el terreno conscientes de su oscuridad. Noboa recuerda más bien el personaje que, vendado los ojos, intenta quebrar una piñata.
Si algo ha caracterizado al gabinete de Gustavo Noboa ha sido la dispersión. Atomizado, cada cual ha atendido mediocremente a su juego. Sin un proyecto común, sin una orientación común. Simplemente rindiendo cuentas cada cierto tiempo ante una figura presidencial complaciente y paternal.
No es posible percibir tendencia alguna, intención alguna, prioridad alguna.
Si preguntáramos qué ha caracterizado al régimen de Gustavo Noboa, nos resultaría difícil decir algo coherente, como no sea que ha cuidado el poder casi como lo haría un pastor de almas, entre sanos consejos, rabietas, deslices humorísticos y jaculatorias generales, huecas.
Incluso la modernización, a la que parecía querer ponerle especial empeño, se asfixió en medio de los razonamientos de los tecnócratas que no entienden la dimensión política de los cambios, o que no encuentran espacio político en este régimen, para impulsarlos. Es imposible que un proceso de esa naturaleza pueda progresar, si no se crea una base política de apoyo.
De allí que asistimos, como espectadores, al intercambio de costosos comunicados de prensa entre el hermano del Presidente y los representantes de intereses privados. Lejanos, como se mira, parapetados detrás de un ventanal, una escaramuza entre bandas mafiosas en plena calle.
¿Y el Presidente? El Presidente ya pasó la página.
La verdad es que le ha tocado gobernar la calma chicha pasajera que sigue a una gran tempestad. Una calma chicha sustentada en un precio alto del petróleo y unas remesas voluminosas enviadas por los emigrantes.
Allí donde nada se mueve. Nada avanza. Unas cuantas obra viales. Un polémico oleoducto. Un diálogo cansino con el Fondo Monetario.
Me dirán, tal vez, que se ha tratado de un régimen de transición, lo que explicaría una administración gris de la coyuntura.
Si es así, mientras el régimen ha asumido del modo más resignado esa transición, su Mandatario, de labios para afuera, ha proclamado un gobierno al que le recordarán las generaciones futuras.
Son las paradojas del vacío.