En la clínica Kennedy, días atrás, se realizó una jornada científica sobre la clonación.
El consenso fue que había que rescatar la visión ética de la vida, pero no pensar que a la técnica y la ciencia se las va a poder subordinar al extremo de que después de la clonación vegetal –que ya tiene muchos años– y la animal –que se simboliza en la oveja Dolly– iba a detenerse, solo por el temor moral y religioso, la clonación humana, aún a riesgo de lo perverso que sería su manipulación.
La fe religiosa en su tiempo se opuso a las transfusiones sanguíneas, las cuales hasta ahora los Testigos de Jehová no las admiten. Luego otros trasplantes en la especie humana fueron tachados, peor cuando se trató del corazón que simbólicamente, más allá de lo biológico, representa los sentimientos.
No veo mal una clonación que no represente la creación de un nuevo ser, ni el sacrificio de una persona, sino que permita con fines terapéuticos restablecer la salud y mantener la vida de aquellos que bajo la actual realidad médica están condenados en corto plazo a la muerte, salvo que haya trasplantes que provienen de otros seres humanos, con el riesgo de rechazo. Hay el relato cruel que en los hospitales en donde se realizan trasplantes existe expectativa, los que están esperando órganos cuando los fines de semana hay farras y accidentes y los deportes de alto riesgo, porque aumenta la posibilidad de muertos que faciliten trasplantes. Las células que se clonan podrían ser mejoradas, pero dentro de la técnica actual se arrastra lo que biológicamente vivió el ser humano de quien se obtienen las células para la clonación; esto es, también se conservan los elementos degenerativos que correspondan a esa persona, lo que hace que la calidad de vida del ser clonado esté vinculada con la que tuvo el ser de quien se obtuvieron las células. Por eso, la oveja Dolly envejece rápido.
No nos olvidemos que las razas y los grupos humanos que se encierran y solo permiten sexo entre ellos terminan degenerándose física y mentalmente. La vida sexual entre hermanos consanguíneos no solo repugna éticamente, sino que sería fuente de deformación de los seres que se gestan, lo que se extiende a las proles generadas entre personas con vínculos sanguíneos cercanos, primos hermanos y otros, aun cuando sean legal y éticamente aceptables sus uniones.
En los hijos de personas no vinculadas por su sangre y genes está la garantía de la supervivencia con calidad de la especie humana. Si más allá de la ética, nos imaginamos un mundo de clonados, lo más probable es que un número importante tenga graves deformaciones físicas y mentales.
El comentario no solo vale para la clonación humana sino también para lo intelectual, cuántas veces vemos que los que esperan ser solo la reproducción de otros resultan de peor calidad de aquellos a quienes pretendieron igualar. Nunca los mejores serán los que solo aspiran a ser iguales que otros. La sociedad debe refrescarse y rescatar las virtualidades, así como depurar los errores.
Esto que aparece lógico lamentablemente no es la práctica de la vida, por eso en el año 2002 abundan los clonados en la política, en los negocios y en la corrupción.