En un modesto zoológico entre las pequeñas jaulas de búhos, cobayos y mapaches, la elefanta más vieja de Japón está de pie en un encierro de concreto casi del tamaño de media cancha de basquetbol. Bebe agua azucarada de una cubeta y mastica plátanos con el último diente que le queda mientras se debate el lugar en donde deberá vivir sus últimos años.