Por Adelaida Jaramillo

Hace un par de años escuché a Jonathan Franzen decir que ser escritor era un negocio sucio, porque “alguien te cuenta algo personal y tú terminas escribiendo sobre ello”. El escritor es un recolector de historias que observa, un gran escuchador.

Estas cualidades le han servido al peruano Alonso Cueto para retratar a su país en novelas como La Pasajera y La hora azul en las que coincide el fantasma de Sendero Luminoso, y que le sirvieron para narrar la violencia desde la perspectiva de las víctimas. Cueto cree que la narrativa está para ofrecer una respuesta a lo que no podemos explicar, que en un principio eran los fenómenos naturales, y que hoy es la crueldad de esta célula guerrillera.

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El peruano en una entrevista comparaba la ficción con los sueños porque “mientras dure el sueño y mientras dure una buena novela, uno está encontrando más verdad, más autenticidad, más realismo en lo que se ha inventado un escritor que en lo que está pasando. Uno puede llorar más por la muerte de un personaje ficticio, que por la muerte de alguien a quien has conocido”.

Entre los reconocimientos recibidos por este autor, quien estudió literatura y que obtuvo su doctorado con una tesis sobre el escritor uruguayo Juan Carlos Onetti, está la Beca Guggenheim y el Premio Herralde de novela; sus cuentos y novelas han sido llevadas al cine, y las traducciones de su obra van del inglés al chino mandarín.

Alonso Cueto intervendrá este miércoles en la apertura de la Feria Internacional del Libro junto a los escritores colombianos Piedad Bonnet y Jorge Franco, en un conversatorio sobre literatura latinoamericana actual moderado por la ecuatoriana Gabriela Alemán, y el jueves conversará sobre su obra con la escritora Mónica Varea, quien considera que el escritor es “un autor intenso, capaz de estremecernos con sus palabras. Cueto logra que personajes y ambiente se conjuguen en una Lima y un Perú profundos”. (I)