El solo hecho de que un hijo se convierta en sospechoso de la muerte de su padre o madre causa estupor y debe ser motivo de alarma en la sociedad. Ocurre en Ecuador y ocurre en el extranjero, pero de ninguna manera puede eso verse como un hecho corriente.
La violencia, los homicidios, ya son una terrible realidad en países como Ecuador y exigen acciones del Estado en su conjunto. Que en una acción criminal esté involucrado un hijo de la víctima es una atrocidad que obliga a revisar dónde está la falla: en formación y en educación, ambas están conectadas en la familia y la escuela/colegio.
Ecuador se estremeció este 17 de octubre cuando se conoció que en Guayaquil se halló el cuerpo de una mujer descuartizado en una lavadora y su hija adulta fue detenida para investigaciones. En España, la indagación de la muerte del fundador de la empresa de moda Mango, Isak Andic, ocurrida hace casi un año al despeñarse por una montaña cuando paseaba con su hijo, dio un giro al pasar de la hipótesis de accidente a posible homicidio y su primogénito sería sospechoso, de acuerdo con datos de prensa.
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Acostumbrarse a leer noticias de este tipo sería un terrible error. Los lazos humanos se están fracturando y ese no es un asunto privado.
La indiferencia no termina con la violencia y no publicar actos tan terribles tampoco los elimina. Urge atacar el origen, urge que las familias, la academia, los maestros, los gobiernos actúen frente a la fragmentación emocional de las personas.
El Ministerio de Salud cuenta con atención psicológica para la ciudadanía, y más allá de que sea limitada por recursos, no se puede endilgar la responsabilidad del deterioro social y emocional a un solo sector, este se gesta silenciosamente en los hogares, en las escuelas y en la comunidad. El Estado, los colegios y la familia –las tres instituciones que deben formar, orientar y proteger– no están cumpliendo a cabalidad su papel preventivo. Es urgente identificar y atacar las fallas. (O)