Los titulares por el resultado de la segunda vuelta de la elección presidencial en Colombia han puesto énfasis en que por primera vez ese país elige a un mandatario de izquierda, en pos de un cambio. Esta condición le impone a Gustavo Petro el reto de hacer un buen gobierno, para que no se malogre la hazaña y luego haya que pagar la factura con migración.

En un país donde el sufragio no es obligatorio, el 50,4 % de los votantes (11,2 millones, de un universo de más de 38 millones de colombianos habilitados para votar) puso sus esperanzas en la promesa de equidad social que la coalición Pacto Histórico hizo en campaña.

Petro, economista de 62 años, con experiencia como guerrillero, senador y exalcalde de Bogotá, llega a la casa de Nariño en su tercer intento como candidato a la Presidencia. En sus discursos para la segunda vuelta ofreció lograr “una democracia multicolor” y un cambio moderado.

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Su compañera de fórmula, Francia Márquez –de ascendencia afro y exempleada doméstica–, abogada, activista social, feminista, ecologista y antiminera, en su primer discurso por el histórico triunfo saludó el apoyo de jóvenes, mujeres, trabajadores, de la comunidad con discapacidad, el pueblo indígena, campesino, afrodescendiente y destacó que después de 214 años los colombianos logran tener “un gobierno de la gente de las manos callosas, de la gente de a pie… de los nadie”. También dijo: vamos a reconciliar esta nación, vamos por la paz, la dignidad y la justicia social.

Sin embargo, a partir del 7 de agosto, el binomio electo debe encarar el más difícil de los problemas urgentes: el déficit fiscal, para lo cual los analistas prevén una obligatoria reforma tributaria. Las violentas y prolongadas protestas de 2019, 2020 y 2021 dieron cuenta de que ese es un tema en extremo sensible para los sectores populares, que no quieren más impuestos.

Por el bien de Colombia y sus vecinos, conviene que los próximos cuatro años sea gobernada con tino, en pos del desarrollo y el fortalecimiento democrático. (O)