Estoy de acuerdo con Óscar del Brutto sobre la necesidad de que el país vuelva al bicameralismo. Esta idea se viene discutiendo desde hace algunos años –recordemos que en 2019 lo propuso el Comité por la Institucionalización Democrática para reformar la Constitución–.

La bicameralidad no es ajena a nuestras tradiciones. De hecho, la mayor parte del tiempo desde la creación del Ecuador hemos tenido un Senado. Si consideramos como punto de partida la Constitución de 1830, Ecuador tuvo un Senado 138 de los 192 años o 71 % de nuestra historia republicana. Nos resulta sumamente extraño porque ya desde 1972 –hace medio siglo– no lo hemos tenido.

El Premio Nobel de Economía F. A. Hayek en su obra Derecho, legislación y libertad indicó que el problema de las democracias modernas es que se ha concentrado en el Legislativo tanto el poder de fijar la ley como la legislación, que no son lo mismo. La ley o Derecho son las normas de conducta de aceptación y aplicación general que son “descubiertas” por los miembros de la sociedad, mientras que la legislación se aplica a casos particulares, se impone desde arriba (y suele ser presa de los grupos de interés).

Teniendo en cuenta esta importante distinción, podemos empezar a entender la singularidad del bicameralismo hayekiano: el congreso dedicado, por ejemplo, a debatir el presupuesto y la legislación que afecta intereses particulares, y el senado destinado a expedir leyes abstractas y generales –como un código penal, civil y comercial–. Los congresistas tendrían la mira en la próxima elección, mientras que los senadores la tendrían sobre la próxima generación. La legislación no podría violar la ley o el Derecho.

Los congresistas tendrían la mira en la próxima elección, mientras que los senadores la tendrían sobre la próxima generación.

Pero ¿cómo se lograría despolitizar la cámara alta? He aquí lo ingenioso de la propuesta: los miembros del Senado serían de una edad “relativamente madura” y “para periodos relativamente duraderos”. Específicamente, proponía que tuviesen por lo menos 45 años y que durasen en el cargo, sin opción a reelegirse, quince años. La edad podría ser aumentada, tal vez a 50, considerando que la expectativa de vida ha incrementado considerablemente desde que se realizó esta propuesta.

Con la propuesta de reforma constitucional sobre el número de asambleístas, estos se reducirían a por lo menos 120 en los comicios del 2025

Para asegurar que el Senado esté conformado de personas que han demostrado ser destacadas en “el asunto ordinario de la vida” y para prevenir que el cuerpo esté lleno de demasiadas personas mayores de edad, decía Hayek, parecería sabio depender del juicio de sus pares de la misma edad, siendo estos probablemente los jueces más justos acerca de su idoneidad para el cargo. Bajo esta propuesta, cada ciudadano votaría una sola vez en su vida –al cumplir 50– para elegir a sus representantes en el Senado, quienes ejercerían el cargo por 15 años. El resultado sería un Senado de personas entre 50 y 65 años de edad, siendo un 1/15 de estos reemplazados cada año.

Suena descabellado, pero a fines de los 2000 Manuel F. Ayau impulsó una reforma constitucional llegando a presentar el proyecto de Constitución con el Senado hayekiano ante el Congreso de Guatemala, luego de haber reunido firmas para reformar la Constitución mediante el Legislativo. En 2009 el Congreso archivó la propuesta, que si hubiera sido aprobada, el pueblo guatemalteco hubiese tenido la opción de rechazar o ratificar el proyecto. (O)