Mientras escribo esta columna, la tensión en algún lugar del Caribe parece haber llegado a niveles nunca imaginados.

Todo tirano, todo dictador sabe que ha escogido un camino cuya única salida es la muerte. Claro está que en muchas ocasiones ellos se engañan y pretenden engañar al mundo, o al menos a sus sometidos y arlequines, que hablan con Dios, o que fue este quien los eligió; pero muy en el fondo de su fuero interno saben que la cantidad de atropellos, crímenes y delitos cometidos no les permitirá caminar libres si pierden el poder que los sostiene.

Considero innecesario recordar cómo terminaron los más relevantes y recordados tiranos de la historia o, al menos, del último siglo. Los pocos que no se suicidaron o fueron brutalmente asesinados murieron enfermos o viejos, únicamente porque sus dictaduras no cayeron todavía al final de sus días.

¿O acaso alguien puede creer que en estos momentos un dictador no piensa en el final de Noriega, de Gadafi o de Huseín?

¿De qué le servirían los miles de millones de dólares acumulados a costa del sufrimiento de su pueblo?

¿Será tan simpático y cómico cuando ya no tenga bufones ni una guardia pretoriana que lo proteja en las cárceles de un Estado que no controla?

Y entonces, con seguridad, cuando su mundo y el resto de su vida transcurran en una oscura celda de algún lugar, lejano a su otrora palacio, vendrán a su mente los recuerdos de cuando era un simple obrero y la inevitable reflexión de si valió la pena.

Si cambiaría todo lo vivido por regresar en el tiempo y seguir un camino diferente.

Ni siquiera entro al sufrimiento de ver en igual predicamento a sus seres queridos, quienes seguramente tendrán también que rendir cuentas. Digo, si es que tiene sentimientos por alguien. Si es que los tiene…

Es muy complicado, desde la limitada información a la que tenemos acceso los comunes mortales, vaticinar qué viene luego de la inusual e impresionante movilización militar de los Estados Unidos en el Caribe. Más allá del desenlace, por ahora, no parecen ser ejercicios militares ni nada parecido.

Y tratando de atar cabos, más allá de los comunicados oficiales, no sabemos a ciencia cierta cuáles fueron los temas tratados en la cumbre de Alaska entre los presidentes de los Estados Unidos, Donald Trump, y de Rusia, Vladimir Putin, hace unos pocos días. Todos pensamos que el centro del diálogo fue la guerra con Ucrania; pero ahora, pensándolo mejor, ¿no habrán conversado también sobre Venezuela?

Porque la dictadura que se ha tomado al bravo y hermano pueblo difícilmente saldrá por vías democráticas, pues lo que al inicio era un totalitarismo popular, con el desgaste del modelo socialista y con ello de la economía del pueblo, no tuvo más remedio que convertirse en una dictadura militar pura y dura, con un vocero civil que funge de presidente.

Desde esta columna elevamos una oración por Venezuela, para que ese maravilloso pueblo que vio nacer a Bolívar, a Miranda, a Sucre, a Bello, a Rómulo Gallegos y al “faraón de la salsa” vuelva a respirar libertad. (O)