Si bien es cierto la pandemia del COVID-19 todavía no ha dado su brazo a torcer, y que aún hay casos muy graves que siguen cobrando muchas vidas en el Ecuador y en otras partes del mundo, la masiva comercialización, distribución y aplicación de las vacunas de los diferentes laboratorios nos invita a ver la luz al final del túnel, aún difusa, lejana, y no tan diáfana, pero al menos es un rayo de esperanza después de vivir ambientes apocalípticos y de terror generalizado hace exactamente un año, cuando empezaban las cuarentenas en el mundo entero, tiempos en que la esperanza era una palabra que por ratos desaparecía de nuestras mentes.

No me quiero extender en relatar la situación del proceso de vacunación de nuestro país, pues la vemos a diario en los distintos noticiarios. El calendario de llegada de las dosis es, cuanto menos decir, extenso para abarcar a los más de 17 millones de ecuatorianos, por lo que debemos seguir cuidándonos y cuidando a nuestros seres queridos para evitar que aumenten los contagios. Las pocas vacunas que han llegado han sido objeto de situaciones que cruzan los límites de la ética. Entiendo que todos necesitamos vacunarnos, y confío en que los ecuatorianos bienintencionados somos mayoría, que hay varias personas con gran corazón y sentido de responsabilidad en los equipos que están a cargo del proceso de vacunación, pero pese a eso, algunos ciudadanos sin escrúpulos han conseguido, por decirlo de un modo sutil, saltarse la fila.

Tampoco quiero usar este espacio como medio de protesta o señalamientos de estos actos, por lo menos cuestionables, porque aquello ya cuenta con el rechazo y en muchos casos hasta indignación de parte de la ciudadanía. Lo he notado en las redes sociales y también en conversaciones casuales. Quiero aprovechar la ocasión y la coyuntura para reflexionar, tal como lo adelanto en el título de este artículo, sobre una vacuna que necesitamos y que es tan o quizás hasta más importante que la de Pfizer, AstraZeneca, etc. Me refiero a una vacuna con una buena dosis de ética, que debemos empezar a aplicar a las nuevas generaciones, para que finalmente el país en algunos años pueda quedar inmunizado contra la corrupción y que construyamos un Ecuador pospandémico dejando atrás no solo el coronavirus, sino también el virus de la sabiduría criolla, de la cultura del lleve, del tráfico de influencias, del compadrazgo político. Los ecuatorianos honestos debemos tener como nuestra tarea prioritaria un apostolado que fomente los principios de la ética, honestidad, responsabilidad, etc. Es hora de enmendar errores y unirnos.

Es cierto que la reactivación del país, desde el punto de vista económico, requiere de reformas concretas para la atracción de inversiones y de flexibilidad laboral, pero no olvidemos que vivimos en una sociedad interdependiente no solo a un nivel comercial, sino también emocional.

Será difícil motivar al niño a que sueñe, al joven a que estudie, al adulto a que se comprometa si en los noticiarios vemos que por un lado combatimos la pandemia del virus, pero, por otro lado, la pandemia de la falta de ética de ciertos funcionarios sigue vigente. (O)