La denuncia hecha por el medio digital La Posta provocó terremotos no solo sobre el Gobierno, como estaba previsto, sino también en otros dos espacios. Todo comenzó con la difusión de un organigrama de una supuesta red de corrupción que operaría en el área eléctrica del país. En el vértice de la pirámide aparecía el presidente de la República, con lo que, gráficamente y más allá de las palabras, quedaba identificado como el jefe de la banda (o, ya que acudieron a la metáfora mafiosa de El Padrino, como el capo di tutti capi). Aunque, días después el periodista Boscán confesó que no tenía pruebas al respecto, la sospecha quedó instalada en gran número de personas, especialmente en el submundo de las redes sociales. Con intención o sin ella, situaron a la figura presidencial en el centro del debate. El silencio gubernamental, la ausencia de una negativa enfática contribuyó a enraizar esa percepción.

Era una oportunidad irrepetible para quienes quieren anticipar el fin del mandato presidencial. Las huestes correístas se activaron inmediatamente, reprodujeron las partes de la denuncia que les resultaban convenientes, activaron sus redes, pusieron en funcionamiento su maquinaria de repetición y llegaron a pedir que la Asamblea proceda al juicio político. Pero, rápidamente, bajaron la intensidad. Alguien les hizo notar que Cortázar, el personaje entrevistado por Boscán, compartía piscina en la Florida en el famoso episodio de los tetones, con el asambleísta Aleaga. Además, este último fue señalado por el primero como su operador o subordinado en la red de corrupción. Por si faltara algo, sostuvo detalladamente que la red se había conformado en la época de las vacas gordas del gobierno de Correa, se mantuvo durante el periodo de Moreno y llegó hasta el actual. Fue el terremoto no esperado.

(...) el Gobierno no da el no rotundo y el correísmo busca cómo limpiar su historia.

El correísmo se encontró ante un dilema. A pesar de que había recibido gratuitamente un banquete de mantel largo, no lo podía aprovechar porque se atragantaría con su propia historia. Claro que desprenderse de Aleaga y de Cortázar era un problema menor. Bastaría con aplicar la fórmula patentada para desconocer los lazos con Pólit, con el primo Delgado e incluso con el Gran Hermano. Ellos saben, como los personajes de la película Goodfellaws de Scorsese, que ser uno de los nuestros tiene enormes ventajas, pero también que, llegado el momento, la fidelidad exige un costo que nadie quisiera verse obligado a pagar. En síntesis, son desechables. Sin embargo, eso no asegura el disfrute del banquete. Para ello deben encontrar la manera de borrar el registro histórico de la red de corrupción. Como corresponde a esos ambientes, este debate se procesa en el más discreto silencio.

La consulta ciudadana y el movimiento indígena

Tres opciones

El otro terremoto se sintió en el ámbito del periodismo. El tratamiento de La Posta fue cuestionado desde el punto de vista ético por experimentados periodistas como José Hernández o Roberto Aguilar. Básicamente, apuntaban a la colocación de los resultados (prácticamente acusaciones) antes de presentar las pruebas. Lo dicho por uno de los desechables en la entrevista (que constituye la única prueba hasta el momento) será insuficiente si no está acompañada de documentos que prueben la existencia de la red. Mientras tanto, el Gobierno no da el no rotundo y el correísmo busca cómo limpiar su historia. (O)