El ámbito de la educación superior comprende a estas dos instancias. Por un lado, las universidades que tienen diferentes niveles, como el de pregrado que otorga títulos profesionales en las diversas ramas del conocimiento que permiten a quienes los detentan ejercer en esos campos; y, los de posgrado, como maestrías y doctorados, en los cuales y en ciertos casos se profundiza en esos saberes con el fin de realizar aportes teóricos. Los institutos superiores técnicos y tecnológicos también forman profesionales en áreas que requieren conocimientos, habilidades y destrezas específicas para tratar situaciones que tienen que ver con el funcionamiento de determinados sistemas… informáticos, eléctricos, gastronómicos, agropecuarios y tantos otros. Al igual que las universidades, los institutos superiores también pueden ofertar maestrías tecnológicas en las cuales se profundizan competencias prácticas.

El rol de las universidades, en todos sus niveles de formación, siempre tuvo que ver con el aporte teórico para la construcción, desarrollo y evolución del conocimiento y no solamente con su aprendizaje. Pero, este fundamental objetivo, para muchos funcionarios universitarios ecuatorianos es soslayado en el diseño curricular y, claro, en la docencia, con el argumento de que lo que requieren los estudiantes de pregrado en cualquier rama del conocimiento es saber el funcionamiento de lo existente, sin que exista necesidad de profundizar en la comprensión crítica de ese constructo teórico.

Así, las carreras universitarias están concebidas con sentido puramente práctico, menospreciando la reflexión y el análisis crítico del conocimiento propio a cada una de ellas.

El coronavirus y la universidad

La consecuencia de este enfoque es la formación de profesionales con una educación puramente utilitaria que no han recorrido procesos académicos que les permita incidir en el cambio y en el desarrollo de la ciencia, pues están formados para resolver los temas propios a sus ramas del conocimiento, aplicando lo que otros pensaron, concibieron y plasmaron teóricamente.

Cuando he tocado coloquialmente este tema, algunos profesores de áreas diferentes a la jurídica, que es la mía, manifiestan que piensan lo mismo, es decir, que la educación universitaria debe superar el nivel de pragmatismo reduccionista para incursionar –como sucede en todos los países que tienen un mejor nivel de desarrollo educativo– en la comprensión crítica del conocimiento con el propósito de aportar a su desarrollo y elevar su nivel de aplicación en la práctica.

En el caso de las carreras de derecho, la negación del análisis histórico, social y filosófico de las instituciones y categorías jurídicas consustanciales a toda norma legal y por lo tanto a toda asignatura curricular; y, el enfoque que prioriza exclusivamente el aprendizaje y repetición de la misma, producen un efecto negativo que se evidencia en la nula contribución al desarrollo del derecho y en una práctica profesional en la cual la argumentación relacionada con la legitimidad de la norma es ineficaz y por lo tanto inexistente… dura lex, sed lex en el más burdo y falaz de los sentidos. (O)