Si comparamos, aunque fuese brevemente, las circunstancias predominantes hace cuatro o cinco años con las que vivimos hoy, se podrá concluir que esta es otra sociedad, con entornos distintos, problemas inéditos, expectativas que no existían hasta hace poco tiempo. Y que la gente cambió. Que los jóvenes crecen en otro ambiente, los niños aprenden distinto, y que, en muchos temas, se han modificado aspectos importantes de la cultura, que algunos valores están en entredicho y otros se han olvidado. Que la corrupción y la incertidumbre nos abruman.
Algunos pensarán que el paisaje es el mismo, que Quito es Quito, Cuenca es Cuenca y Guayaquil es Guayaquil, y que, en lo sustancial, nada habría cambiado. Sin embargo, la verdad es que la sociedad no es la misma. Antes no había tanto miedo; salir de nuestras casas no era una aventura; caminar por la calle, con pocas excepciones, no era asunto de gran riesgo; tomarse un café tampoco lo era.
Sintonizar un noticiario en la televisión o escuchar la radio, o asomarse a las redes sociales, es ocasión para constatar que, efectivamente, esta es otra sociedad, plagada por la violencia, fatigada por los escándalos, inundada por la mediocridad y la politiquería. Es que “así es el mundo” se dirá, y es cierto, sin embargo, eso no impide para que no nos duela lo que ocurre en nuestro país, que, ciertamente, no fue el reino de la paz, pero nunca llegó a los extremos en los que vivimos en la actualidad, al punto que los más insólitos absurdos son asunto de cada día, que la realidad ha superado a la ficción, la mentira ha suplantado a la verdad y el sentido común es una rara excepción, que el principio de autoridad atraviesa una crisis profunda, que la ley es un recuerdo borroso y que las ciudades sufren sistemática destrucción. Que no hay confianza.
Hemos cambiado. Las pautas de comportamiento, los usos y costumbres son distintos. Las creencias también lo son, las ideas han pasado a segundo plano, la lectura se reduce, con las excepciones de siempre, a mirar los chats y asomarse a las redes sociales en una veloz aproximación a novedades y comentarios que desorientan y asombran. Las malas noticias influyen poderosamente en la gente, la ponen en guardia, la acosan y la han hecho desconfiada.
La política, sin embargo, no ha cambiado; y lo que antes fue decepcionante, ha empeorado. Ningún grupo, ningún dirigente está a la altura de los desafíos que plantean las circunstancias. El país sigue atado a las expectativas electorales, los discursos son los mismos, las ambiciones se repiten, los análisis no salen de los viejos claustros. Las instituciones siguen la rutina, y no hay ninguna novedad en materia de ideas.
¿El discurso político cambiará, se atreverán los opinadores a aventurar una interpretación genuina, veraz, concordante con esta nueva y compleja sociedad? ¿Apreciaremos, con sinceridad, sin odios, y con la necesaria firmeza, las aspiraciones de la gente?
En este tiempo difícil, esta sociedad distinta necesita ideas, necesita reflexión, necesita compromiso y renovación intelectual y moral.
Aún es posible soñar. (O)







