Imagine usted un lugar donde en el día puede ver las sonrisas más amables de sus habitantes, el olor a café se cuela por las ventanas, los vecinos se ponen al día de sus vivencias diarias de balcón a balcón, un lugar donde los niños aún pueden ser niños corriendo entre los zaguanes de madera, que ha visto crecer generaciones tras generaciones, y fue cómplice de los enamorados, un lugar donde el buenos días y el gracias no se han olvidado, un pueblo mágico que parece salido de la mente de Gabriel García Márquez, nuestro propio Macondo, y que es no es realismo mágico, es tan tangible como la casa donde habita usted.

Ahora imagínese, al caer la noche, que un fantasma sediento de oro se escabulle por debajo de las casas, carcomiendo lenta y ruidosamente esta ciudad, llegando poco a poco a su corazón, dejando a su paso una estela de contaminación, desorden y corrupción. Cómo quisiera decirle que esto sí es producto de la imaginación, pero tristemente, querido lector, este fantasma es más real que el papel donde escribo esto.

Zaruma, la ciudad que romantizó la minería, la ciudad donde sus autoridades prefirieron mirar hacia otro lado y no atender la crónica de una muerte anunciada, el vivo retrato de la desidia, el egoísmo, la corrupción, la improvisación y la politiquería burda y, en este caso, cruel.

Una ciudad que tiene los valores humanos intactos, pero se ha dejado engatusar por los discursos de que el oro será su salvación y solvencia, y tal vez sí, pero de los dueños de las minas, porque por la cantidad del mineral precioso, esta ciudad patrimonio debería tener la mejor solvencia económica del país, pero no ha sido así, a tal punto que los barrios se organizan para adecentar los sectores, y los avivados politiqueros aprovechan para la foto de una gestión que no hicieron.

Hoy mi ciudad hermosa se va hundiendo y con ella se van los recuerdos de una infancia feliz, y florecen los sentimientos de impotencia por una ciudad víctima de la mediocridad administrativa, la cual debe ser investigada a profundidad, la negligencia, el silencio cómplice, el no querer ver lo que pasaba bajo sus narices, los estudios que se han hecho, hace más de quince años, vaticinando el futuro, hoy día han pasado factura.

Una escuela devorada por la tierra, la casa que nos vio crecer y guardó nuestras risas hoy está enterrada, las casas con aroma de café y sus paredes llenas de historias penden de un hilo y de la proterva voluntad política de parar en seco este llenado absurdo de los bolsillos de unos cuantos, necesitan que se estudien técnicamente las minas ‘legales’ y revisar su concesión, sancionar penalmente a la minería ilegal, la cual es parte del problema pero no es la única culpable, aunar los esfuerzos de todas las instituciones del Estado, investigar, rastrear, verificar sus patrimonios, a ver si pueden justificarlos, a todos los que están vinculados con la minería, a las autoridades que llegan al poder con cualquier intención, menos la de cuidar la ciudad y su esplendor.

Se debe de una vez sacar este fantasma con diferentes rostros pero con la misma alma miserable de un pueblo histórico, de un pueblo bueno, de un pueblo mágico. (O)