Cuando Uber hizo su aparición en el Ecuador, las protestas del gremio de los taxistas no se dejó esperar. Sucedió igual que en muchísimos países. Recuerdo cuando el alcalde de Nueva York apareció y dijo que no habría servicio Uber en dicha ciudad. Los medallones de taxi valían una fortuna, y eran controlados por la mafia. Fue tal la avalancha de protestas de los usuarios de Uber por las redes sociales que el alcalde tuvo que retroceder.
Uber es una gran revolución en el transporte de pasajeros puerta a puerta. Con una idea simple y utilizando la tecnología de la época en que vivimos, ha roto los esquemas tradicionales del servicio de taxi.
En Guayaquil, con mucho orgullo, los criollos le están ganando de largo la batalla. Muchos, en vez de protestar, se han agrupado, han formado cooperativas, o asociaciones de hecho. Taxi Seguro, Ivan Car, Primero de octubre, etc. Los casos son innumerables.
Uber fue diseñado para países en los cuáles la carrera de taxi es cara, no como en el Ecuador donde es sumamente barata. El porcentaje que la empresa le cobra al conductor es simplemente muy alto, y si por mantener el mercado Uber baja esa participación, esto se va sabiendo y los conductores en otros países exigirán lo mismo. Uber enfrenta ahora muchas plataformas internacionales que compiten con ella, y en el Ecuador, los criollos agrupados dan hoy por hoy un mejor servicio, llegan más rápido, y cobran fletes sumamente razonables. Tienen seguimiento del vehículo por los teléfonos de los conductores, y han acordado que ante cualquier desviación de la ruta, los propios asociados colaboran para seguir al vehículo que esté posiblemente secuestrado por algún ladrón que se haya hecho pasar por pasajero, o por un conductor que esté fuera de la conducta correcta. Y para mayor seguridad, le llega al pasajero anticipadamente la foto del taxista grande y clara por wapp, y la foto del carro también. Ningún favor le piden a la famosa Uber.
¿Pidieron protección al Estado? ¡No! Pidieron subsidio al Estado: ¡No! Usaron la garra, la cabeza y la voluntad de trabajar.
Qué penosa comparación con tanta empresa que en el Ecuador subsiste con base en prebendas del Estado, a altos aranceles que obstaculizan la competencia. Empresas que, a diferencia de estos taxistas criollos asociados, que contribuyen a la eficiencia con bajos costos de transporte, son más bien negativas con sus altos precios y costos de producción. Ejemplo típico, las ensambladoras de automóviles, las de electrodomésticos y televisores, y cuantas otras más, con valor agregado negativo, y que continúan siendo una carga para el país, y un verdadero peso sobre el lomo de los consumidores. Mientras que el costo de la carrera de taxi en el Ecuador es una fracción del costo de otros países, el automóvil que usa ese taxista en el Ecuador es mucho más caro que el que compran los taxistas de otros países donde el flete es más alto.
La gran revolución económica que necesita el Ecuador para salir de la pobreza no es solamente reducir el Estado, lo cual por supuesto hay que hacerlo. No es solamente quitar la grasa del sector público. Es eliminar la grasa y la ineficiencia, la renta y los privilegios de grupos que se han beneficiado de esquemas equivocados de desarrollo y que no han contribuido a generar verdadera riqueza en el país, sino a consumir recursos para producir ineficientemente lo que sería mucho más barato importado.
Hace poco la empresa Santa Priscila logró un hito: transformarse en el primer exportador mundial de camarón hacia los Estados Unidos. Esto había sido dominado por países asiáticos, con costos laborales mucho más bajos. La tenacidad, esfuerzo, alta tecnificación de ese grupo consiguieron el logro. ¿Qué protección le da el Estado? Ninguna, y ese grupo, como muchos otros del sector exportador, genera las divisas para que las falsas industrias las usen para vendernos cosas que cuestan muchísimo más que en el mercado mundial. Y esas empresa protegidas van consolidando mercados internos, y tomando posiciones monopólicas dentro del país.
Qué lejos estamos en el Ecuador de atacar los problemas de una economía que no se la deja ser libre, donde unos grupos gritan por subsidio a los combustibles, otros gritan por bajas tasas de interés sin entender que eso no depende de un decreto o una regulación, otros exigen aranceles para proteger sus industrias ineficientes, otros exigen aumentos automáticos de sueldos y jugosas bonificaciones de jubilación en el sector público, otros piden recursos para pagar obras faraónicas como el metro de Quito. La lista es interminable, y la sociedad, no solo el gobierno de turno al cual siempre se culpa de todo, la sociedad entera no entiende que no se vive de la brujería, del tabú, o de mitos, sino de lo que dice la ciencia económica sana, la evidencia de la historia, y el incuestionable peso de la realidad. (O)