La decisión puede pasar por inadvertida para la mayoría. Pero no desapercibida para quienes hacen comunicación pública. En este Gobierno del “reencuentro” las decisiones que afectarán –positiva o negativamente– a la población se informarán por redes sociales, la nueva ágora digital. Y hago referencia al ágora pues la historia de la comunicación la ubica como ese lugar primigenio en el que se discutían los temas de interés público por sobre las del ámbito de lo privado. Un espacio para lo público, que no era perfecto –excluía a las mujeres– pero vislumbraba la delimitación de un ámbito común.
Algo similar ocurrió con el foro romano, donde lo político asume la resolución de los conflictos de lo público; o en la plaza del medioevo, cuya coincidencia ciudadana en ese espacio de convivencia ratificaba el interés común como eje central, como en la actualidad: domingo de plaza grande, café y diálogos.
Hasta que llegó la era de los medios industrializados. Se diseñaron canales de amplificación, de difusión, impulsados por el desarrollo tecnológico de la revolución industrial, la producción en serie de informativos que llegaban puntualmente al debate, alcanzó entonces niveles de penetración, interacción, influencia social que difícilmente han sido superados por propuestas que se mantengan con una base sólida denominada credibilidad, la mayor garantía del contenido informativo mediatizado: la prensa privada y la prensa pública como forma de equilibrio y balance. En teoría.
Los intentos en nuestro país no progresaron por la permanente tentación de mimetizar a una prensa gubernamental con una pública; intentos valientes a los que le hicieron falta decisión política, y que por ello fueron despojados, desarmados, olvidados pese a tener antecedentes positivos en otros países. El problema no está en el modelo, sino en las políticas de administración de esta variante de información pública.
Hoy asistimos al nuevo espacio de discusión política. Y por nuevo, excluyente. Seguramente el Gobierno tiene información actualizada sobre preferencias, penetración, accesibilidad, usabilidad, credibilidad en materia de redes, memocracia y tiktokerías. Estarán seguros de que en la periferia de Puerto López o Costa Rica, en Manabí; en Chikenentza o Taisha en Morona Santiago; Sígsig, Chaucha o San Juan de Gualaceo, en Azuay, el acceso a internet, a tecnología digital y redes sociales es tan satisfactoria como la posibilidad de conectarse con el mundo a través de radio y televisión, por donde se enteraron de los resultados electorales, por ejemplo. Creería que la actual “demagogia politicomunicativa” –como la demagogia educativa que miente que ahora todos ingresarán a las universidades públicas– no conectará los anuncios de venta de sectores estratégicos, ajustes económicos y otras decisiones, con el ecuatoriano promedio. Salvo que esa misma sea la intención.
¿Cuánto ahorrará el Estado excluir a los canales convencionales de comunicación pública? La respuesta: fijar un nuevo reto para el periodismo de verdad, y deberíamos empezar por terminar con una luna de miel que ya va pareciendo concubinato. (O)