Hace pocos días un joven se lanzó al vacío desde el piso 17 de un edificio en la zona del puerto Santa Ana en Guayaquil, un suceso verdaderamente trágico que va a dejar un vacío imposible de llenar en las vidas de los amigos y familiares del fallecido. Las reacciones y comentarios que inundaron las redes sociales tras el triste incidente, sin embargo, dejan al descubierto la profunda ignorancia y falta de empatía que nuestra sociedad exhibe sobre el tema.

Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año se registran aproximadamente 700.000 suicidios a nivel mundial. Este número, en realidad, es exponencialmente más grande si tomamos en cuenta de que por cada suicidio consumado hay muchos otros que solo quedan en el intento. En el 2019, el suicidio fue la cuarta causa de muerte más prevalente entre personas entre 15 y 29 años de edad. Contrario a lo que sostiene un mito popular, los suicidios no ocurren en su mayoría en países con altos ingresos, sino que el 77 % de ellos ocurren en países de mediano y bajo ingreso, como el nuestro. En Ecuador los números están en aumento. En el 2021, el número de suicidios creció en 17 %. Estadísticamente, cada día se suicidan entre dos y tres personas en nuestro país. Lejos de ser una realidad lejana y abstracta, el suicidio y la depresión son trágicas realidades a la que se enfrentan miles de nuestros compatriotas, muchas veces en silencio.

Los mitos alrededor de este tema abundan, y el tabú que lo rodea hace difícil despejarlos. Uno de los más comunes (y peligrosos) es creer que quienes hablan de suicidarse no lo van a hacer, pues quien “de verdad” quiere hacerlo lo hará sin advertencia. Falso. Casi todas las personas que se quitan la vida expresan sus deseos de morir, frecuentemente como un intento desesperado de encontrar algún tipo de ayuda. Cuando un amigo o familiar expresa deseos de morir, es importantísimo tomarlo en serio. Otro mito común que genera estigma y vergüenza alrededor del asunto es creer que quienes se quitan la vida lo hacen por egoísmo o cobardía. Lo cierto es que la mayoría de suicidas lo hacen porque sienten que su existencia se ha convertido en una carga para los demás. Sienten que el mundo no tiene un lugar para ellos, por lo que sería un lugar mejor si dejasen de existir.

Sin embargo, quizá el mito más prevalente y dañino es creer que la depresión crónica es algo que simplemente se supera “metiéndole ganas” y “con buena cara” en vez de tratarla como lo que realmente es: una enfermedad que requiere atención médica como cualquier otra dolencia, como una fractura o la diabetes. Nuestras políticas públicas también deben reflejar esto. La salud mental debe ser tratada con la misma atención que la salud física.

Nuestra sociedad necesita urgentemente tener una conversación abierta sobre el suicidio y la salud mental. Solamente cuando superemos la vergüenza, estigma y tabúes que hemos construido alrededor de este delicado asunto podremos ayudar a quienes sufren en silencio, y evitar así más tragedias. (O)