Me parece que este lema del Colegio Militar Eloy Alfaro, donde me gradué, es en algo aplicable a lo que acaba de hacer el presidente electo, cuando declara que no comparte, pero acata, la decisión de la Corte Constitucional de despenalizar el aborto en caso de violación, porque es presidente de un Estado laico y respeta la independencia de los otros órganos del poder público. Habiéndose opuesto repetida y formalmente a esta despenalización como dirigente político y como miembro del Opus Dei, debe haber sufrido una tremenda lucha interior para vencerse a sí mismo y aceptar este pronunciamiento. Esta actitud le da un nuevo carácter, no extremista, y le abre las puertas a la posibilidad de diálogo, entendimientos, con fuerzas sociales de izquierda en el interior del país y hacia el exterior, con los países de Suramérica, donde soplan vientos, huracanes, de lo que se conoce como el socialismo del siglo XXI. Lo ocurrido en los dos últimos años en Ecuador y Chile, y, ahora, en Colombia, es tremendamente grave. En Colombia, el presidente Duque acaba de retirar su proyecto de reforma tributaria ante las violentas reacciones populares, como lo hizo Moreno cuando tuvo que retirar su proyecto de eliminar el subsidio a los combustibles. Hace un año, por la sola elevación del precio del pasaje del metro, una convulsión terrible sacudió a Chile, que solo se apaciguó, temporalmente, luego de acordar la convocatoria de una Asamblea Constituyente para redactar una Constitución que sustituya a la de Pinochet. Resumiendo: parece muy probable que Lula triunfe sobre Bolsonaro en Brasil; que Petro derrote a Duque; que Castillo gane en un mes la segunda vuelta en Perú; difícil que la derecha se recupere actualmente en Chile. Para no quedar aislado, inclusive en la Alianza del Pacífico, donde hay, en México, un Gobierno de izquierda con el que no hemos podido celebrar un Tratado de Libre Comercio, imprescindible para ingresar a la Alianza, Ecuador necesita mantener una posición centrista, alejada de los extremos. Separadamente, hay que rechazar la ruptura constitucional de Bukele, en El Salvador, tan parecida a la de Maduro.

Desconocemos las alianzas que se estén forjando en la Asamblea, esperamos que no sean contra natura ni desgasten el capital político del nuevo Gobierno; será muy difícil que sean duraderas, y por eso hay que pensar en soluciones de largo plazo. Hay gran acogida para la propuesta de Simón Espinosa de derogar, mediante plebiscito, la Constitución de Montecristi, y que quede en vigencia la de 1998, actualizada, incorporando los derechos reconocidos hasta la fecha; automáticamente quedaría suprimido el Consejo de Participación; que el pueblo consagre la vigencia del dólar; decida si quiere restablecer el sistema bicameral.

Está muy bien suprimir los organismos y compañías estatales que han sido nidos de corrupción, como Seguros Sucre, pero hay que establecer responsabilidades de todos los que los han manejado desde inicio de siglo. Igual con el IESS, Isspol y tantos otros.

Mientras estamos hundidos en la pobreza y la pandemia, el presidente Moreno, a costa del Estado, lleva a sus colaboradores de paseo de fin de curso a Miami. ¡Qué generosidad! (O)