Entre el caos institucional y la conducta de los políticos se presenta claramente el dilema del huevo y la gallina. El acertijo deja de ser un juego y se vuelve problemático cuando se busca una solución. Comenzar por la reforma de las instituciones o por las conductas de las personas es la dicotomía que se plantea cada cierto tiempo. En nuestro caso, ese cierto tiempo se transforma en un siempre, porque ninguna solución resulta duradera. A la vuelta de la esquina echamos la culpa a los gobernantes –que son quienes generalmente encabezan las reformas– e insistimos en el juego del cambio permanente. Veinte o veintiuna constituciones, dependiendo cómo se las cuente, son la mejor expresión de ese Sísifo colectivo que somos desde nuestra conformación como país.