El próximo domingo 16 de noviembre los ecuatorianos acudiremos nuevamente a las urnas para ejercer nuestro derecho a decidir, respondiendo tres preguntas de referendo y una de consulta popular. Algunos sostienen que no es el momento adecuado, sin embargo, todo momento es propicio cuando se trata de corregir el rumbo del país. Esperar “el mejor momento” ha sido siempre la excusa de los inmovilistas: por esperar, muchos no hicieron nada.
Estamos ante una nueva forma de hacer política. No la comparto del todo, pero la respaldo en cuanto signifique beneficio real para el Ecuador y sus ciudadanos. No hablo desde el noboísmo ni desde el correísmo: hablo como ecuatoriano.
La primera pregunta, sobre la posibilidad de permitir bases o instalaciones militares extranjeras con fines de cooperación, merece una reflexión desapasionada. Tales acuerdos no implican pérdida de soberanía, sino colaboración estratégica frente a amenazas globales: narcotráfico, terrorismo, crimen organizado, trata de personas y contrabando. Estados Unidos mantiene bases en países soberanos como Japón, Corea del Sur, Alemania o Qatar, sin que ninguno haya perdido independencia. En Ecuador ya existieron, hasta que, en el gobierno de Rafael Correa, se decidió cerrarla, debilitando la capacidad del Estado en la lucha contra el crimen transnacional. Lo que temen ciertos grupos no es la “injerencia extranjera”, sino la eficacia de una cooperación que pondría en jaque sus intereses ilegales.
Respecto a la eliminación del financiamiento estatal a los partidos políticos, se trata de una medida esperada. Los fondos públicos no deben sostener estructuras partidistas que se multiplican cada elección, muchas veces sin representatividad ni ética. La política debe financiarse con responsabilidad y transparencia, no a costa del contribuyente.
La reducción del número de asambleístas también responde al sentido común. Durante años el Legislativo ha crecido sin justificación técnica, convertido en espacio de reparto y privilegios. Menos curules significan menos gasto, más eficiencia y mayor legitimidad.
Finalmente, la convocatoria a una Asamblea Constituyente es un acto de madurez nacional. La Constitución de Montecristi es la causa de gran parte de nuestros problemas como país, nació de un liderazgo personalista y dejó amarras institucionales que hoy impiden la gobernabilidad. Es momento de redactar un nuevo texto que ponga por delante la libertad, el orden jurídico y los valores esenciales de la nación: la defensa de la familia, la vida desde la concepción, el respeto a la naturaleza y la identidad humana tal como existe en su realidad biológica. Que haga respetar los derechos, pero también los deberes y obligaciones.
Es la oportunidad de corregir errores y dar paso a un texto que responda a las necesidades de la sociedad en su conjunto, no a intereses de caudillos, ideologías ni a cálculos partidistas. Votar sí en todas las preguntas es optar por el cambio responsable, por un Ecuador que deje atrás el populismo, la corrupción y la politiquería. Yo votaré sí, por convicción y por el futuro del Ecuador, nuestros hijos y nietos. (O)







