Señor Lasso:

Cuatro años atrás, poco antes de que cometieran contra su candidatura un fraude que ahora se volvió evidente por los resultados con los que acaba de ganar las elecciones, le escribí una carta abierta en esta misma columna editorial. Le hablaba sobre temas de cultura, sobre la situación del libro ecuatoriano. Usted comentó mi carta en algún evento público. Le agradezco haberla leído. Ahora le vuelvo a escribir con el mismo motivo y lo hago antes de que asuma la presidencia.

En esa carta le sugerí leer una novela, que no es mía por supuesto, sino de otro escritor, de Thornton Wilder , titulada Los idus de marzo. No es una novedad editorial. Más bien lo contrario: es de 1948. Es una novela breve, dura y fascinante. Cuando se sienta a solas en el poder lo acompañará. Las novelas consuelan de la manera más extraña, con historias despiadadas, irreverentes, incorrectas, a veces contra hombres y mujeres, pero esa es su fuerza, que se ha abierto camino frente a distintos tipos de censura a lo largo de los siglos. Las ha sobrevivido y las sobrevivirá. Después del Index librorum prohibitorum, del fiscal Ernest Pinard que enjuició a Flaubert y a Baudelaire, después de Mao, Stalin, Pinochet y Fidel Castro, la actual cultura de la cancelación está en pañales. Los buenos novelistas no son la madre Teresa de Calcuta, si todavía hay quienes la recuerdan, ni representan a nadie más que a sí mismos. Cuando quieren volverse representantes de otros por lo general justifican su mediocridad con novelitas maquilladas de militancia que el tiempo se encarga de desenmascarar. Un novelista está poblado de sus propias voces y si algo quiere es compaginarlas sin preferencias, por ese equilibrio que hay en todo ejercicio de observación de fuerzas contrarias.

Disculpe que me alargue con digresiones sobre la novela. En realidad yo no debería escribir esta carta sino limitarme a seguir escribiendo y reflexionando sobre la novela. Pero una carta siempre nace de una urgencia. Si bien no creo en el arte supeditado a la instrumentalización política, sí creo en la responsabilidad cívica del escritor como un miembro crítico de su sociedad que se puede manifestar en un artículo.

¿Qué ha pasado en estos cuatro años? Todo ha ido a peor. Los dos grupos editoriales más grandes en lengua española no han vuelto a Ecuador. Tenemos que seguir publicando en el extranjero si queremos que nuestros libros circulen, y quienes publican en el país lo hacen con esfuerzos enormes como pagar sus propias ediciones, con libros que, a lo mucho, circularán por librerías de Quito y Guayaquil. El Ministerio de Cultura sigue siendo inoperante y además con varios escándalos. Casi es una broma recordar que uno de esos ministros más fugaces fue quien perdió frente a usted en estas elecciones.

Para colmo de males, el servicio postal ecuatoriano cayó en la quiebra y desapareció. Esto es una desgracia: los libros no pueden venir ni se van. Las tarifas de las empresas de courier superan con creces el valor de los mismos libros. Es otra urgencia: reabrir correos del Ecuador y dar todas las facilidades a los editores nacionales y a sus autores para difundir sus creaciones.

Sobreviven unos pocos editores ecuatorianos. Pese a las adversidades, siguen publicando. Más que un Ministerio de Cultura, sería mucho más provechoso liberar de impuestos la importación de papel, dar facilidades a las editoriales y librerías, y crear más bibliotecas. Sobre todo confiar en la sociedad civil que ya se preocupa por el apoyo a la lectura y la cultura, a los profesores de escuelas, colegios y universidades que es donde nace y se cultiva la pasión lectora. Que no se regalen libros: eso corroe el tejido editorial y genera circuitos endogámicos de autopromoción y corrupción, orientados a usar los libros y la cultura como aparato propagandístico, como hizo el correísmo. Aunque vivimos tiempos donde se confunde la libertad de expresión con la filiación a una ideología u otra, hay que dar espacio a los que son críticos inteligentes con el poder de turno (la procacidad no es crítica, solo es procacidad y retrato de quien incurre en ella creyéndose irreverente). Hay que tener grandeza para aceptar a los que no son afines. Esa voz crítica o disidente es parte de la cultura de este país, y lo que importa es mostrar esa diversidad. Quien recurre sólo a un séquito que asiente a lo que se le dice genera una distorsión perceptiva haciéndole suponer que está en lo correcto.

Ecuador es un país de extremos entre un analfabetismo doloroso (pero que tiene una inteligencia emocional que se evidenció en estos resultados electorales) y una élite intelectual pocas veces franca consigo misma y que carga una conciencia de culpa que la lleva a revestirse de un discurso desbordado de deseos de justicia pero de una profunda hipocresía. De manera que conviene estar atentos para escuchar a los intelectuales que no vociferan, que no se pretenden ángeles ni madres de la caridad –en Los idus de marzo vea lo que ocurre entre Julio César y el poeta Catulo– pero que pueden aportar al país desde su perspectiva crítica, porque son los primeros que se critican a sí mismos. Escúchelos. Son escépticos. Han abandonado partidos políticos, movimientos e iglesias, o no se han inscrito en ninguno. Son reacios a los cargos públicos. Difícilmente querrán ser asesores de nadie. Y lo que tienen que decir está en sus libros. Por eso hay que apoyar la cultura con el libro como una de sus herramientas de libertad. Nunca ha sido una política cultural de Estado en Ecuador. Usted podría dar un ejemplo histórico.

Y por favor, señor Lasso, no busque a escritores o artistas para que asuman cargos de responsabilidad en la cultura. Tendrá siempre a los peores en esos cargos, a los más oportunistas, y si algún talento accede, durará poco y se marchará escaldado. Los escritores veraces estarán observando y escribiendo, fajándose con el silencio y las palabras para que estas puedan ser libres.

Espero escribirle una tercera carta pública de aquí a cuatro años, cuando usted concluya su periodo presidencial. Por supuesto, por el bien de todos, le deseo lo mejor. (O)