El antiguo y constante diálogo de los extremos del mundo –Oriente y Occidente– ha sido una fuente de maravillosa literatura. Intuyo que no solo por razones literarias, sino amistosas, Rafael Lugo decidió obsequiarme Seda, la novela de Alessandro Baricco de 1996, antes de su partida a Canadá. En su dedicatoria, alude a la importancia de las palabras precisas y suficientes y a la belleza que puede habitar en los párrafos bien escritos. Es decir, se trata de un libro y un obsequio que tiene que ver con el poder del lenguaje, que no necesita de extensión, sino de exactitud y claridad, para manifestar su alquimia.
Roberto Bolaño –siempre lo recuerdo– decía que hay novelas cortas y perfectas, así como hay largas y torrenciales. Seda es corta y perfecta, nada le falta. Remanso creativo y bahía soñada. Un pedazo perfecto y efímero de paraíso para detener la velocidad frenética y superflua de la cotidianidad. Me parece que también es una novela sobre cómo las historias que vivimos son el motor de la vida, aunque nos tardemos muchísimos años en comprender la dimensión de esas marcas, heridas o pequeñas magias inútiles.
Recientemente escuché que leer literatura no nos hace mejores personas, a menos que nos comparemos con nosotros mismos. Por supuesto que nos hace –o debería hacer– más complejos de lo que éramos antes de leer aquel libro. Todos podemos ser Hervé Joncour, un comerciante francés de gusanos de seda en el siglo XIX, y vernos obligados a viajar a Japón en busca de huevos sanos para salvar la industria textil de nuestro pueblo. Por cierto que Japón vivía la transición crucial con la que dejó atrás el antiguo régimen feudal, pues el mundo cerrado del shogunato Tokugawa llegaba a su fin y el emperador, tras casi siete siglos, se volvía central, pasaba de ser solo una figura sagrada para significar el inicio de una modernidad cultural, económica y cosmopolita.
Esa historia, la de Japón, se puede rastrear en otras huellas: Shogun, la serie estrenada en 2024, relata la lucha por el poder feudal que instala el último shogunato (1603-1868). Silencio, película de Martin Scorsese de 2016, describe las persecuciones a los cristianos en tiempos de un Japón que se cerró al mundo con el fin de evitar caer bajo las garras del colonialismo europeo. Luego, El último samurái (2003), con Tom Cruise, relata el fin de esa era de honor y tradición de la clase guerrera, así como el inicio de la occidentalización del país. Diría, finalmente, que otra obra maestra que narra el contacto de Japón con la cultura occidental, o de dos miradas distintas que se encuentran en la experiencia amorosa y poética, es Nieve, del autor francés Maxence Fermine, publicada en 1999.
A veces elijo creer que las obras llegan en el momento oportuno, cuando más sentido nos hacen. Algunos años me tardé en leer Seda, pero los momentos precisos también existen. Ha sido un recordatorio de que la literatura es la ventana que se abre y no la puerta que se cierra. Y que la vida, como la escritura, está llena de significados pequeños y luminosos. Quizá Rafael Lugo, desde aquel inmenso Canadá bajo la nieve, también piensa en estas cosas. (O)