Desde hace más de 20 años vivo en este cantón. Vine buscando paz y tranquilidad, porque en mi domicilio anterior habían asaltado a mis hijas varias veces en la entrada de la casa. Al comenzar este siglo, era lo que anhelábamos. El tránsito en la avenida se tornaba lento al atardecer, pero no era insoportable. Menguaba a eso de las siete de la noche y se podía regresar sin tardar mucho.
Muchas personas hicieron lo mismo y La Puntilla creció sin medida. Hay una única avenida para ir y venir desde Guayaquil a Samborondón y los vecinos demoramos demasiado tiempo en el trayecto. Se gasta más gasolina, los motores se recalientan, el tiempo se esfuma en la tediosa espera y en los últimos tiempos la grata sensación de paz se pierde en la bendita avenida. Más todavía con los perpetuos trabajos de ampliación, que avanza a paso de tortuga porque al contratista del Municipio le importa un rábano el disgusto que causa a los miles de personas que confluyen desde La Aurora, Daule, desde Durán y desde el centro sur del país en los enormes buses repletos que se encuentran en la avenida Pedro Menéndez Gilbert. Esta fue pavimentada con hormigón armado por el presidente León Febres-Cordero.
Es un asunto, en mucho, de planificación urbana. Los anteriores administradores de Samborondón no previeron su crecimiento explosivo.
No soy planificador, solo un vecino que paga los impuestos de predios urbanos más caros del país. El único servicio que recibimos del Municipio es la avenida. Los demás pagamos aparte. No hay espacio para construir otra avenida, porque estamos limitados por los ríos Daule y Babahoyo, que forman el río Guayas.
Vivir en Samborondón es caro. Todo es más caro en Samborondón. Los dueños de casa cobran altos alquileres a los comerciantes y con los excesivos márgenes de ganancias, el consumidor paga altos precios.
Siempre es bueno distinguir entre caro y costoso. Lo costoso es de excelente calidad por los materiales y la mano de obra. Lo caro no siempre es lo mejor, pero el alto precio no se justifica por la calidad de las cosas o los servicios que pueden ser malos o mediocres.
No tenemos educación pública de calidad. Me pregunto si se enseña a los niños los valores cívicos, el respecto a las leyes, a las costumbres de los mayores, a los padres y demás familiares, a los propios maestros, y a las autoridades. Si a usted, lector, estas palabras le suenan conocidas es porque el ateniense Pericles las pronunció, en el célebre “Discurso del Funeral”, con motivo de sepultar a los jóvenes caídos en la Primera Guerra del Peloponeso, en el invierno 430-431 antes de Cristo.
A este problema se añade la falta de servicio público de transporte. Porque finalmente si necesita algo y tiene tiempo puede comprarlo más barato en la ciudad. Pero con ese tránsito es difícil.
Hay que planificar una solución integral, como la construcción de un metrorail que hay en otras ciudades con subsuelo similar. Los cantones Guayaquil, Durán, Samborondón y Daule, que son vecinos, pueden formar una mancomunidad, prevista en la Constitución, para solucionar parcialmente este problema. Sería una gran obra, memorable. (O)