Fue un escritor de la nostalgia: “Todas esas cosas están aquí, aunque no las vea. Siento el olor de la tierra, el calor tras las hojas verdes, la caricia rugosa del árbol en mi cuerpo. No quiero olvidarme de las cosas, no quiero que nada cambie”, un soñador cuya imaginación anhelaba la libertad: “La falta de horizonte, de tener la posibilidad de que su mirada huyera a otros sitios se hacía menos dura cuando imaginaba que tras esas montañas existía un lugar más cálido, menos fiero, amplio, donde podría por fin escuchar el mar, y no solo su eco”. Ahora que ha muerto, lo veo caminando a orillas del mar junto a la mujer de uno de sus cuentos, la arena acariciándole los pies, el horizonte infinito.

Fue gracias a ti, César, que tantos desamparados empezamos a creer en la posibilidad de escapar a la soledad...

César Chávez era bibliotecario y escritor.

Él creía que el mundo lo olvidaría, que “sus huellas desaparecían de inmediato, como si nunca hubiera estado allí”, que se llevaría consigo su soledad (“Luego de caminar por todas partes, estoy sola, continúo sola. Ya no me pregunto por la soledad. Debería preguntarles a esas sombras que me rodean, a esas figuras que yacen bajo el manchón del lienzo de mi vida, a esas imágenes posibles si en verdad estuvieron junto a mí. Yo quiero creer que fueron reales”). Lo cierto es que pocas personas han sido tan queridas y admiradas (las redes inundadas de testimonios de la desolación que deja su partida). Y es que son los nobles, los que escuchan más y hablan menos, los que leen las obras de otros y esconden las suyas, rehuyendo el protagonismo, esos de quienes no notamos cuando están al borde del abismo y no soportan más la explotación laboral, la mezquindad del mundo, la soledad: “Pero por más que caminé sé que retornará al interior de mi cabeza. Afuera no encontrará un lugar que no sea un encierro; no hay –no habrá– un destino a donde escapar”.

Este jueves 10 de noviembre falleció en Quito el escritor y bibliotecario César Chávez Aguilar. Las lágrimas de sus amigos, garúa de páramo, intentan llenar el silencio infinito. Dicen de César: “un hombre sensible, generoso, culto, gran lector y excelente bibliotecario. Conversar con él era un placer. Daba la impresión de haberlo leído todo” (Javier Vásconez). “La Casa Carrión y su biblioteca no volverán a ser las mismas sin ti porque ahora los lectores de Quito se quedan huérfanos. Siempre fuiste un gran lector, un brillante escritor y un excelente tipo, eras la bondad personificada. Todos los lectores de Quito han pasado por tu biblioteca y todos se han llevado un regalo tuyo, porque los libros eran tu vida y tú la compartías con nosotros a través de ellos” (Romero Vinueza). “El mundo del libro está de luto en Quito” (Sánchez). “Él era la biblioteca del Centro Cultural Benjamín Carrión. Quizás el hombre que mejor conocía a los escritores ecuatorianos de la actualidad. Era un gran recomendador de novelas, un puente entre escritores, un ser humano de criterio lúcido, discreto y honesto” (J. F. Rodríguez). “Monje sabio” que nos recibía en su “templo”, la biblioteca (Castillo). En la pandemia sus talleres literarios virtuales fueron refugio. Fue gracias a ti, César, que tantos desamparados empezamos a creer en la posibilidad de escapar a la soledad a bordo de la amistad y de las palabras...

Las citas de la obra de César Chávez provienen de Herir la perfección (Antropófago Editores, Quito, 2012). (O)