Bajo el liderazgo de Guillermo Lasso, el Ecuador tiene la oportunidad de comenzar de nuevo. Hanna Arendt –la pensadora alemana que sobrevivió dos guerras mundiales, la cárcel y un campo de internación nazi– sostenía que en ese milagro del nacimiento radica la esencia de la política y de sus promesas. Lo que nos distingue como especie humana es ese proceso permanente de comenzar de nuevo, de nacer y renacer, y de volver a empezar. En ese vértice de la historia se encuentra el Ecuador. Esta será probablemente la última oportunidad que tenemos como país para construir una nación unida, con un Estado eficiente y una sociedad inclusiva, con una economía abierta, dinámica y justa. Es nuestra oportunidad para desterrar al estilo oligárquico de hacer política donde los dirigentes, ya sea de izquierda o de derecha, mestizos o indígenas, se creen dioses que viven en las nubes rosadas del Olimpo, dueños de nuestros destinos como si fuésemos simples mercancías. Hoy tenemos la oportunidad de sentar las bases de un país diferente, libre de corrupción, solidario y optimista. Un país en el cual la clase política sirva a la ciudadanía, no al revés; resuelva sus problemas, no se los cree; busque consensos, no bloqueos; y deje de lado la demagogia.

Por más de una década soportamos el peor régimen de su historia. El régimen más corrupto y represivo desde nuestro inicio como república. Dominado por una dictadura social fascista; sostenido por el enorme flujo de dinero del petróleo, la corrupción y el narcotráfico; asfixiado ideológicamente por una política orwelliana de comunicación; y liderado por un narcisista corrupto y mediocre, el Ecuador bordeó convertirse en una Venezuela.

La puerta que los ecuatorianos hemos cerrado ayer no deberá volverse a abrir. Esa puerta deja atrás un pasado de vergüenza donde una banda de delincuentes corrompió a la sociedad y fomentó el ascenso de una clase de nuevos ricos que hicieron fortuna gracias al Estado. Que quede esa puerta bien cerrada no dependerá únicamente del nuevo presidente. Dependerá fundamentalmente de nosotros, los ciudadanos, que debemos desterrar esa indolencia ante la cosa pública, que nos caracteriza, y permanecer alertas frente a los problemas que están al acecho.

Para comenzar, el correísmo aún no ha desaparecido del escenario público. No solo que cuenta con dinero, vínculos internacionales y presencia en la Legislatura, sino que ahora tiene un importante aliado político. Ambos no van a cejar en su afán de desestabilizar y acorralar al gobierno de Lasso. No le perdonan su textura ética y su sentido de historia. Tienen en la mira a la justicia, la ministra fiscal y la Contraloría. Seguirán buscando mangonear al país desde las sombras. Tampoco la tendrá fácil con las otras fuerzas políticas que pretenderán gobernar desde la Asamblea, como si el nuestro fuese un sistema parlamentario, o desde la calle, como si la anarquía y la violencia fuesen una respuesta legítima. Dos caras de un mismo pasado.

Probablemente será el momento de honrar a la democracia –gobierno del pueblo– y recurrir a la ciudadanía para que sea ella, no las mafias, la artífice de su destino y rompa el nudo gordiano de la ingobernabilidad. De por medio está el futuro del Ecuador. O nos hundimos o salimos adelante. (O)