Envejecer es ineludible. A veces lo vemos distante o simplemente no lo pensamos. Vivimos confiados en el curso regular de nuestras vidas y decididos a que cualquier situación será resuelta en el camino. Garantizar la compañía de los hijos es relativo. Cada uno, con su familia, tendrá su propia vida y vicisitudes. Contar con respaldo económico será un respiro en cuestiones de protección de salud hasta cierto punto. Las circunstancias de vejez de los adultos mayores variarán según el apoyo, la compañía y el patrimonio con el que cuentan. Para muchos será muy triste envejecer solos y pobres.

Con frecuencia atiendo a muchos adultos mayores que viven, no solamente la soledad del abandono, sino también la angustia que representa perder paulatinamente la autonomía propia. No todos pueden darse el lujo de tener cuidadores a su cargo. Muchas veces, un pariente cercano debe dejar de trabajar para cuidarlos, algo que suele afectar la economía familiar. En otras ocasiones, cuando la familia es numerosa, puede haber mejor organización para atenderlos, aunque usualmente ocurre lo contrario por falta de acuerdo. Finalmente, todo termina repercutiendo sobre el indefenso adulto mayor.

Para mí, lo más conmovedor del ser humano de esta edad es su vulnerabilidad, no solamente física, sino también emocional. Ante la soledad, la vida se vuelve azarosa y se convierte en una puerta abierta para el abuso por parte de personas que, sin escrúpulos, se aprovechan de la indefensión del adulto mayor para sacar provecho personal. El escenario es más trágico cuando no se tiene familia, porque se es extranjero, se enviudó, no se tuvo hijos. Además de con la vejez, en múltiples ocasiones hay que lidiar con la discapacidad física, la ansiedad, la depresión, que nos hacen dependientes de otros para las actividades diarias y las visitas médicas. Todo va sumando de a poco y nos volvemos presas fáciles del engaño. No tiene que haber necesariamente deterioro cognitivo; es suficiente con tener la fragilidad que representa la vejez. De manera soterrada, quien abusa de ellos va creando lentamente vínculos seudoafectivos hasta volverse necesario. Sin vergüenza alguna y en actitud deleznable obtienen del indefenso lo que quizás tramaron desde tiempo atrás, en una tarea que no suele suceder en solitario, sino ser confabulada con otros. Cuando las señales de alerta se encienden, a veces es demasiado tarde.

Ni qué decir del caso del anciano con demencia. Las historias de abusos hacia ellos son de espanto. Son engañados por cualquiera, desde el vendedor ambulante hasta el más cercano colaborador. Además de solos, terminan arruinados. Pensiones jubilares, préstamos, robos, firmas fraudulentamente obtenidas son solamente unos cuantos ejemplos de las estafas a las que están expuestos.

Cuando hay dinero y bienes de por medio es cuando más atentos debemos estar con nuestros viejos. Es en esta edad vulnerable donde se pone a prueba el amor desinteresado y la lealtad de quienes los rodean. Ciertas actitudes demasiado ‘buenas’ de otros deben llamar nuestra atención y generar suspicacia. Son casos en los que el peso de la ley no debería hacerse esperar. (O)