Adam Smith se hizo una pregunta fundamental hace 250 años: ¿por qué hay naciones que progresan, cuyos habitantes viven con prosperidad, y otras naciones que permanecen pobres, sumidas en la miseria? Su respuesta, desarrollada magistralmente en The Wealth of Nations, un libro que cambió la historia de la humanidad, fue clara: la productividad. Mientras hay países que producen más y mejor, otros simplemente no logran hacerlo.

Desde entonces, el diagnóstico no ha cambiado mucho. Los países y los habitantes que en ellos habitan progresan porque son productivos. Lamentablemente, en nuestro país tenemos muy poca conciencia sobre la importancia de la productividad.

Aranceles y política

Un ejemplo evidente es el tiempo que los ecuatorianos perdemos en trámites burocráticos. En lugar de estar produciendo, pasamos días haciendo filas en instituciones públicas. Vamos hasta la dependencia pública, pasamos tres horas esperando y, cuando finalmente nos atienden, nos dicen que el sistema se cayó. Esperamos otra hora. El sistema vuelve a funcionar. Finalmente nos atienden, solamente para decirnos que debemos regresar otro día. Y así una y otra vez.

Las causas de nuestra baja productividad son muchas: culturales, estructurales, tecnológicas. Pero hay una que podría resolverse con relativa facilidad: la ineficiencia de los servicios públicos.

Tomemos como ejemplo las agencias de tránsito. Imagine que usted vendió un vehículo y el comprador no registró la compra. Comienza entonces un calvario interminable. Cada vez que el nuevo dueño cometa una infracción, usted tendrá que perder varias horas de su día para explicarle a un funcionario que ya no es el dueño. El problema no se soluciona nunca.

La libertad sin errores

Ahora pensemos en la autoridad tributaria. Usted vende el mismo carro del ejemplo anterior y recibe el pago en su cuenta. Pero resulta que usted no tiene entre sus actividades comerciales la venta de vehículos. Por eso, se entiende que el precio no es una utilidad gravable. Sin embargo, el fisco cruza información y detecta ingresos que no provienen de su actividad económica registrada. Lo notifican para que explique. Otro día tratando de explicar que vender un bien personal no es un delito y usted no lava dinero.

Y si a todo esto le sumamos los trámites individuales, el panorama es aún más desalentador: si es profesional, debe inscribir su título; si tiene una empresa, necesita una licencia ambiental; si es trabajador, debe lidiar con el seguro social y sus distintas instituciones.

Todo ese tiempo perdido en trámites es tiempo que podríamos usar para trabajar, crear, emprender, innovar o simplemente vivir mejor. Pero el sistema no está diseñado para facilitar, sino para obstaculizar.

Burocracia indígena

La productividad no es un lujo, sino una necesidad. Y mientras no enfrentemos con seriedad esta realidad, seguiremos preguntándonos por qué no avanzamos.

Hay un trabajo importante en materia legislativa y administrativa. Deben derogarse leyes que nos llenan de instituciones burocráticas y de trámites innecesarios. Debe haber un esfuerzo en las instituciones públicas para volver los trámites más sencillos y rápidos. (O)