En otras circunstancias resultaría cómico, pero en las presentes obliga a la reflexión. Por mi texto de hace dos semanas, Pandorazo, recibí algunos comentarios de amables lectores, incluyendo unos que me acusaban de “defender al presidente Lasso, el gran evasor de impuestos de este país”, y otros que me acusaban de “atacarlo y favorecer la ruptura del orden constitucional y el retorno de la mafia correísta”. ¿Cómo entender que un mismo texto sea leído de dos maneras totalmente antagónicas, pero igualmente prevaricadoras, maniqueas y sentenciosas? No es la primera vez que me ocurre algo semejante. ¿Acaso cada lector encuentra en un escrito lo que busca para confirmar sus prejuicios? ¿O, parafraseando a Lacan, todos recibimos del otro nuestro propio mensaje en forma invertida: “Tú eres corrupto, yo soy honesto”? Aquello de que los columnistas dizque somos “formadores de opinión”, ¿no será una cándida ilusión de la prensa?

Hace tiempos asumí que uno solamente puede, en el mejor de los casos, tener una influencia determinante en la formación de los hijos. En la docencia universitaria, con los años aprendí que si en un momento creía tener ascendiente sobre ciertos jóvenes, al final cada quien sigue su camino y seguramente eso es lo que corresponde. Pero en esto de hacer de “opinólogo de periódico”, todo el tiempo constato que las personas leen o no, según su ideología preformada, y por ello prefieren cierta prensa y determinados columnistas, con los que creen coincidir o con los que aman discrepar. Porque una parte de estas “preferencias o diferencias” pasa por los afectos antes que por los argumentos. Además, el primero y a veces único fundamento de nuestra “opinión política” es el que se establece por la cómoda y reduccionista dicotomía del “a favor o en contra”, en esa lógica dual y paranoide que no admite una función tercera que haga corte.

En consecuencia con lo anterior, me parece necesario distinguir entre la “prensa corrupta”, según la expresión acuñada por alguien, y aquella que realmente lo es. La segunda ha existido en todo tiempo y lugar, y es la que sirve a cualquier amo a cambio de salarios y favores. La primera es toda la demás. Es decir, toda prensa se expone a resultar “corrupta” para el poder de turno, para un grupo influyente o para cualquier sector del público en el momento en que descubre, informa, publica u opina cualquier cosa que contradice los intereses o el prejuicio dominante de quien se crea aludido o afectado por aquello. Eso no excluye el hecho de que cualquier prensa puede cometer errores, y está obligada a rectificar y a compensar por los daños. Por ese motivo, no es extraño que dos líderes antagónicos en más de un sentido, según mi prejuicio, como Rafael Correa y Guillermo Lasso, se hayan sentido afectados por las publicaciones de este periódico a propósito de diferentes asuntos, aunque ambos hayan reaccionado de diferentes maneras. Lo extraño es cuando un presidente tiene solamente elogios para un periódico, canal de televisión o entrevistador prepagado y viceversa. Eso es realmente corrupto, como lo sabemos los ecuatorianos por nuestra historia reciente. (O)