La casi ausencia de servicios sociales en Ecuador significa, entre muchas otras cosas, que otros mecanismos ocupan el lugar de esas instituciones perdidas. Ante la falta de un seguro de retiro, son los hijos de cada hogar quienes asumen el cuidado de sus adultos mayores. Ante la falta de servicios de guardería, los hogares acuden a sus parientes para el cuidado de sus hijos. Ante la necesidad apremiante de asegurar un préstamo, cubrir una emergencia médica o colaborar con un pariente necesitado, son las redes familiares –y muy especialmente la institución informal del compadrazgo cuando no del chulco y extorsión– quienes intervienen ante la inminente indigencia, bancarrota o la muerte por una enfermedad tratable que el Estado desampara. La migración no es sino la internacionalización de esta misma circunstancia, las remesas enviadas por nuestros migrantes no solo suplen la lacra de instituciones corruptas, incompetentes o inexistentes para la mayoría de nuestra población, sino que adicionalmente alimentan las arcas de un Estado perdido en la coyuntura electoral y en el embrujo del poder de sus nuevos, aunque transitorios, ocupantes.
Cerca del nuevo momento olímpico, vale recordar que la casi totalidad de nuestros deportistas clasificados a los juegos lo han hecho mediante la colaboración precisamente de sus familias y entrenadores. Muchas veces en contra de un sinnúmero de impedimentos fruto de la ausencia del Estado. Cuando el poder estatal finalmente interviene, por medio del apoyo de instituciones como el COE, federaciones deportivas y la Secretaría/Ministerio del deporte, es para ‘cosechar’ el fruto de incontables horas solitarias de esfuerzo individual y de pequeños colectivos solidarios que apostaron a las jóvenes promesas de pocos hombres y mujeres.
El promedio de horas de entrenamiento para un deportista de élite a nivel mundial es diez mil. ¿Quién las financia? Es cierto que desde inicios de siglo el apoyo estatal al alto rendimiento ha aumentado, pero un análisis rápido mostrará la injusta desproporción de poca inversión directa en deportistas versus el amplio gasto en burócratas. Los equipos de apoyo a cada competidor de élite son escasos, mientras la cantidad de trabas y penurias para recibir por lo menos el dinero que les corresponde por derecho es agobiante. Los relatos de deportistas peleando contra sus dirigentes desde el inicio de sus carreras a nivel provincial, con sus federaciones, comités y demás niveles gubernamentales son raramente escuchados, mucho menos solucionados.
La promoción de múltiples deportes en el país es fundamental. Debe ser de manera transversal con apoyo a todo nivel. Ojalá los medios dejaran los pies del fútbol profesional para volver a ver niños, adolescentes de interescolares-colegiales en fotos y entrevistas. Que la educación desde la escuela hasta la universidad retome la formación física y la competencia organizada y se mejore el nivel estatal con profesionales y leyes que fomenten el apoyo e inversión en los deportistas.
Valga el momento para agradecer a Richard Carapaz y los 59 deportistas olímpicos que han llegado a ser élite mundial en sus disciplinas a pesar de lo difícil que es ser ecuatoriano. (O)